domingo, 4 de enero de 2009

Como cuando uno era niño.


"Lo mejor que uno puede desear para el año nuevo son felices sobresaltos, maravillosas alarmas, sueños imposibles, deseos inconfesables, venenos no del todo mortales y cualquier embrollo imaginario en noches suaves, de forma que la costumbre no te someta a una vida anodina. Que te pasen cosas distintas, como cuando uno era niño."

Manuel Vicent.

viernes, 2 de enero de 2009

Rodar la rueda.


Empezar el año estando de vacaciones es algo de lo que no se puede disfrutar demasiado a menudo. Como máximo una vez al año y eso no es algo que, por su asiduidad, llegue a cansar, ni siquiera a aburrir. Si además de estar sola, con todo el tiempo del mundo por delante para hacer lo que te plazca, sin tener que fingir tener todas las horas ocupadas en cosas interesantísimas y por eso mismo, agotadoras, se va recuperando a las amigas que estuvieron todos estos días de fiesta lejos de tu alcance, de seguro que puede ser considerado una de las mejores maneras de empezar un año que, a priori, no promete demasiado.

Ya tengo la casa limpia, ayer le dediqué toda la tarde al baño y la cocina, que es lo que más me cuesta. Las tres nuevas novelas leídas, por lo que puedo volver sin remordimiento a los libros de texto. El calendario colgado, con todas las anotaciones de enero al día. La agenda, que este año es de viajes, a punto de ser okupada por millares de post-its de colores, a buen recaudo en su lugar de privilegio dentro del bolso. Lista para salir, que hoy tenemos nuestra particular comida de navidad. La rueda ya puede empezar a rodar ...

jueves, 1 de enero de 2009

Buenos nuevos días.

La viñeta de nochevieja de Forges en El País.

Desear empezar el año con la casa impecable para alguien que -como yo misma- es un verdadero desastre en lo tocante a las tareas domésticas debe tener un significado oscuro en el fascinante mundo de los fetiches y amuletos. El que faltaba para la noche más vieja, vamos, por si no había ya suficientes. Nada de sofisticados ligueros rojos, ni de delicados anillos de oro reposando en el fondo de la más fina copa de cava, ni siquiera los doce granos (pelados y despepitados) de uvas al compás de las campanadas de la puerta del sol. Ayer lo único que me preocupó durante gran parte de la tarde fue la desgana de meterme en una limpieza a fondo y la angustia subsiguiente que tal actitud me estuvo provocando. Incluso estuve a punto de mudarme por una noche a casa de mi madre donde, allí sí, no hay ni una mota de polvo, ni un rincón sin encerar, ni una figura decorativa desplazada del sitio para el que fue elegida. Pero cuando lo pensé ya no quedaban plazas en el único autobús que salía con ese destino, así que tuve que abandonar la idea.

Al final de la noche (o al principio del día, no sé muy bien en qué hora exacta estábamos) resultó que lo único limpio iba a ser el pijama que me pusiera, así que me acosté con la insatisfacción de la tarea por hacer y un cierto arrepentimiento por haber dedicado mis últimas horas libres del año a otras cosas que podía haber hecho en cualquier momento. Puse el despertador para no perderme el concierto de año nuevo y, después de encender la tele y la radio (porque me gusta verlo y escucharlo) he abierto todas las ventanas, deslumbrándome así con el sol que (por fin) ilumina este primer día del año. No ha habido, pues, consecuencias. O sí, porque tenía varios mensajes por leer que me han acabado de convencer de que -pese a todo- a partir de hoy todos serán buenos nuevos días.