domingo, 31 de agosto de 2008

El hueco.

Hueco. Miriam Cantera.

"A veces, el hueco que llevamos dentro dice más de nosotros que todas las entrañas, aunque las exhibamos al sol del mediodía. Así andamos, entre ruinas y apariencias. Lo demás, son espejismos."

Pedro Ojeda Escudero en su blog La acequia.

sábado, 30 de agosto de 2008

Casi triste.


"El sonido del disco al caer sobre el plato es como un suspiro rápido, mezclado con un ligero rumor de polvo. El del brazo al separarse de la horquilla es un sollozo reprimido, un chasquido de lengua, pero no húmedo, seco. Una lengua de plástico. La aguja, al deslizarse sobre el surco, silba un poco y crepita, una o dos veces. Después entra el piano, como las gotas de un grifo mal cerrado, y el contrabajo, que parece el zumbido de un moscón chocando contra el cristal de una ventana cerrada, y luego la voz velada de Chet Baker, que empieza a cantar Almost Blue.

Si se está atento, muy atento, se puede oír cuando toma aire y separa los labios en la primera a de almost, tan cerrada y modulada que parece una larga o. Al-most-blue... con dos pausas enmedio, con dos respiraciones en suspenso a través de las cuales se comprende, se oye, que tiene los ojos cerrados.

Por eso me gusta Almost Blue. Porque es una canción que se canta con los ojos cerrados."

Carlo Lucarelli. Almost Blue.

viernes, 29 de agosto de 2008

Menos que mantener a un perro.


Desde que él dejó de invadir el otro lado de mi cama he redescubierto el placer de acostarme desnuda. También el de trabajar en la cocina con enormes y bien afilados cuchillos, aunque no estoy muy segura de que tenga algo que ver una cosa con la otra. Pero como las he pensado al mismo tiempo, juntas las escribo.

Esto quizá no debería contarlo pero ¡qué demonios! Ayer hice una tontería. Aprovechando que, aunque meri ha vuelto a casa para quedarse, ella y exposo se habían ido a Valencia a visitar a unos amigos (amigos comunes, de los que parecían serlo de ambos para toda la vida pero que en este asunto han tomado claro partido) me di un paseo para intentar ubicar y ver por fuera la casa que, según me contó (eso era lo que la inquietaba hace unos días) se acaban de comprar en la ciudad a medias exposo y novia. Creo que no la encontré, tanto porque no conozco la dirección exacta y las que vi no me cuadraban con la descripción que me hizo, como porque me cansé de buscar bajo el sol, siendo consciente de que estaba actuando como una gilipollas. Aunque ya me he hecho una idea del exclusivo vecindario. Pero es que realmente no salgo de mi asombro. Porque sólo encuentro dos explicaciones y ninguna de las dos me convence. O ya estaba con esa enfermera desde mucho antes de que, hartas de que nos hiciera la vida imposible, nos fuéramos de casa (cosa que me jode cantidad) o en poco menos de medio año ha encontrado alguien que lo ha enganchado de tal manera que está soltando la pasta al tiempo que las babas mientras, en su insufrible (y ahora desaparecido) blog, se ahogaba en llanto y se desahogaba con insultos, medias verdades, mentiras a manta y veladas y sutiles amenazas (cosa que me jode más todavía, porque en algunos momentos llegué a sentir lástima por el pobrecito de él).

¿Rencor? Sí, mucho, un poco más con cada noticia que me llega de la pareja. ¿Comparaciones? También, todas las del mundo, porque encuentro radicalmente injusto lo que está sucediendo. Porque hace tan sólo unos meses su abogado regateaba cien euros de la pensión alimenticia. Y yo, necesitándolos como el agua, me dejaba convencer. Así que ahora su hija le cuesta menos que mantener a un perro y su novia más de lo que le he costado yo en los treinta años que hemos vivido juntos.

jueves, 28 de agosto de 2008

Acción de gracias.


En los años en que exposo estudiaba medicina le ocurría algo que -según he sabido más tarde- no deja de ser inusual entre los que eligen esa carrera: creía tener todos y cada uno de los síntomas de las enfermedades que iban surgiendo de las páginas de sus manuales. Entonces nos divertíamos imaginando qué ocurriría cuando llegara a la ginecología, ya que, como yo siempre he dicho, el hecho de acostarse con un médico no significa que se traspasen las experiencias de forma infusa a través de las fibras de la almohada. De hecho ocurrió algo que nos congeló las risas, pero esa es otra historia.

Hace unos días, cuando leí este titular recordé que me había dejado la novela a medias. Y que me costó mucho volver a encontrar placer en la lectura. Probablemente existan muchas razones para abandonar una novela que se ha empezado con ganas. Y yo a ésta se las tenía porque Ford me cautivó desde que, hace varios años, leí El periodista deportivo. Después fue El Día de la Independencia y este Acción de Gracias estaba anunciado como el final de la trilogía Bascombe. Aquí me encontré, sin embargo, con un montón de reflexiones que no quería leer, porque me aturdían y me obligaban a replantearme algunos asuntos. Y es que según en qué situaciones, estoy convencida, habría que acercarse a las librerías con receta médica, en la que se recomendaran sólo lecturas sin fondo y apenas sin forma, de auténtica evasión, repletas de palabras sencillas que no signifiquen nada. Porque algunas personas, en algunos momentos de nuestras vidas, estamos tan susceptibles, tan vulnerables, nos sentimos tan torpes a la hora de vocalizar nuestras contradictorias emociones que podemos -como le ocurría a exposo- hacer nuestros un sinfín de síntomas que en condiciones de normalidad deberían resultarnos extraños.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Podría fingir.


Podría fingir que no quiero saberlo. Podría fingir que me da igual si al final me entero. Podría fingir que, aun sabiéndolo, me importa un cuerno. Podría fingir que no tiene nada que ver conmigo. Podría fingir incluso que me alegro. Pero la cuestión es que ya me he cansado de fingir. Que sí, que quiero saberlo, que pienso preguntar para averiguarlo todo, que me importa más de lo que me conviene, que tiene mucho que ver conmigo y que no sólo no me alegro sino que además ni siquiera lo entiendo.

martes, 26 de agosto de 2008

Cien.


Algunos amaneceres son tan tenues y tan incoloros debidos a la calima, que resulta difícil distinguir dónde está la línea que separa el final del cielo y el comienzo del mar. O el final del mar y el principio del cielo. Tomándome el primer café en el balcón, desde donde se divisa a lo lejos -porque a esas horas no está el ferry aparcado- ese trocito de azul que anima a empezar el día, observo con el placer de no andar con prisas cómo se va despertando la ciudad.

Anoche meri me envió un sms un tanto inquietante. Me llamó un rato después y no me quiso explicar lo que pasaba. La busco en el messenger y no la encuentro nunca conectada. Esta tarde vendrá porque quiere verme y le apetece contarme algunas cosas. Aunque mañana se irá de nuevo. Está resultando extraña y solitaria esta última semana de vacaciones.

lunes, 25 de agosto de 2008

Noventa y nueve.


En cuanto llegué supe que no me quedaría. Cuando las cosas están funcionando correctamente lo mejor es dejarlas como están, no añadir ningún elemento nuevo que pueda desestabilizarlas. Hablé del asunto largamente con mi hermana por teléfono y ella fue de la misma opinión. Mejor no moverlo, dejarlo reposar, no intervenir, no inmiscuirse en la tranquilidad del ambiente. Estar al tanto pero a distancia, ahora que ya se volvía a dormir toda la noche, que habían desparecido los dolores intensos, que se recuperaba la rutina de los días anteriores a la última crisis.

Estuve casi todo el sábado con ellos, aunque apenas les vi porque pasan muchas horas descansando en la cama, como es natural, como les pide el cuerpo, sin tener que estar pendientes de horarios, de que alguien les espere levantados para preguntar cómo han dormido, porque ellos llevan su propio ritmo que no conviene interrumpir. Tuve la ocasión de conocer a la nueva mujer que les cuida por la tarde, que es la caña, que les está aportando una inyección de optimismo minuto a minuto, que los malcría como a niños pequeños, que no descuida ni un momento la atención, que ríe y contagia vitalidad, que derrocha energía, que cuenta y no acaba, pero que también escucha con calma, con la parsimonia del que no conoce todavía la historia.

Así las cosas, y sin que estuviera previsto, ayer -sola en casa- me gané un día de reflexión.

sábado, 23 de agosto de 2008

Noventa y ocho.


Mi madre sufrió una embolia (ictus, infarto cerebral, la verdad es que no sé muy bien cómo denominar al ataque) a mediados de octubre del año pasado. Desde entonces y con cortos períodos de muy, muy ligera mejoría, permanece casi paralizada del lado izquierdo de su ya anteriormente castigado con varias enfermedades (algunas imaginarias) cuerpo. Por culpa también un poco de su carácter, se ha convertido en una persona totalmente dependiente.

Mi hermana pequeña, que en los momentos más difíciles de la crisis adoptó una actitud a duras penas comprensible, con lo que consiguió que nos alejáramos no sólo de sus contradictorias decisiones sin apenas criterio sino también de su propia persona, es la única de las cuatro que tiene su residencia en la misma ciudad que mis padres, por lo que -y sobre todo después de unos duros enfrentamientos verbales- ha quedado un poco a cargo del día a día de lo que sucede en la casa familiar. Por su propia conveniencia, no quisiera que hubiera malas interpretaciones.

Ahora está de vacaciones con su marido a cientos de kilómetros de distancia y nosotras tres (las otras tres, a las que ella, en su infinita sabiduría y paciencia desprecia e ignora cuando siempre con anterioridad nos ha tenido rendidas a sus pies y sus problemas personales) nos estamos haciendo cargo, a pie de obra, pasando unos días, por riguroso turno y conectadas por teléfono, en la casa de mis padres, apoyando a las profesionales que se hacen cargo de ella a diario.

Ahora me toca a mí. He enviado a meri unos días extra con exposo y salgo dentro de un momento. Aunque creo que a mi padre los de teléfonica le han tangado y le han vendido el trío en lugar del dúo que él pidió, posiblemente no tendré el acceso a internet del que disfruto aquí. A pesar de eso, en algunas ocasiones y en determinados rincones de la casa se pilla la wifi de una biblioteca cercana, por lo que tampoco me quedaré del todo en blanco. Que tenga ocasión de escribir en red será otra historia. El protagonista en esas ocasiones suele ser el moleskine de turno. Que ya ha venido medio lleno de las vacaciones. Y que puede que en algún momento sea transcrito. Aunque también puede que no.

viernes, 22 de agosto de 2008

Noventa y siete.


"El perfeccionista en la cocina no se ocupa de si cocinar es una ciencia o un arte; se conforma con que sea una artesanía, como la carpintería o la soldadura casera. Tampoco es un cocinero competitivo. Le sorprendió descubrir que la jardinería, no obstante su aire de serenidad anterior al pecado original, es ferozmente competitiva y con frecuencia una actividad practicada por los envidiosos, los embusteros y los delincuentes sigilosos. Sin duda hay cocineros competitivos, pero el perfeccionista no pertenece a ese grupo. Se contenta con cocinar alimentos sabrosos y nutritivos; sólo pretende no envenenar a sus amigos; sólo desea ampliar poco a poco su repertorio."

Julian Barnes. El perfeccionista en la cocina.

jueves, 21 de agosto de 2008

Noventa y seis.


Casi a la misma hora que -en la Estación Sur de Madrid- subíamos ilusionadas al autobús que nos devolvería a casa después de nuestras vacaciones, en la otra parte de la ciudad estallaba un avión que acababa con la vida de más personas que las que allí estábamos haciendo cola para dejar bien colocadas nuestras maletas. Llegamos a destino cansadas pero enteras y fue entonces cuando supimos del accidente.

La muerte es algo que nunca se espera. Pienso en todos los que se despidieron y prometieron llamar en cuanto llegaran. Aunque pienso todavía más en los que, en lugar de esa llamada, recibieron otra para la que no estaban preparados.

sábado, 16 de agosto de 2008

Noventa y cinco.


"He quemado todos mis recuerdos -dice escogiendo las palabras despacio-. Todos se han convertido en humo y han desaparecido en el cielo. Así que algunas cosas no podré seguir recordándolas por mucho tiempo. Olvidaré. Algunas cosas, todas las cosas. También a ti. Por eso quería hablar contigo lo antes posible, aunque sólo fuera unos instantes. Mientras mi mente todavía pueda recordar. "

Haruki Murakami
. Kafka en la orilla.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Noventa y cuatro.

Pizza de hummus y verduras frescas.

En vacaciones, a menos que dispongas de una Visa Oro de la que no hayas agotado el crédito con anterioridad, también se cocina. Con un poco más de tiempo, en una cocina más grande y para unas pocas más personas. Eso consigue que se haga la tarea -aunque con los mismo o parecidos ingredientes- con un ánimo diferente.

Esta semana hemos comido pizza. Tenía que ser sin queso porque mi hermana lo detesta. Y con verduras frescas, porque estamos en verano y están las huertas a rebosar de buenísimos productos. Así que, con esas premisas, nos pusimos a la tarea. Como tampoco vamos a dedicar todo nuestro tiempo a la manufactura de los productos (de calidad) que ya encontramos medio elaborados en cualquier supermercado, compramos la base para la pizza, de marca Buittoni, refrigerada y lista para rellenar y meter en el horno precalentado a temperatura fuerte. Por encima, hummus de garbanzos (también en conserva, porque es difícil encontrar el tahini en tiendas no especializadas) rodajas finas de tomates maduros y de cebolletas en crudo y unas rodajitas de calabacín un poco fritas por temor a que se quedaran demasiado al dente con los pocos minutos de horno. Espolvoreado todo con tomillo, quince minutos y a la mesa. La disfrutamos cada uno a su manera; yo como comedora compulsiva de cualquier clase de pizza, mi cuñado como persona dispuesta a probar cualquier plato de confianza que le pongan por delante y mi hermana como la novedad de poder disfrutar, al fin, de una de su gusto.

Ni que decir tiene que aquí la preparamos con lo que teníamos en la despensa. Como posiblemente repitamos, la hemos imaginado con champiñones, berenjenas, unas anchoas y unos ahumados.

lunes, 11 de agosto de 2008

Noventa y tres.

La imagen la he encontrado aquí.

Cuando, de vuelta de la estancia del mes de julio en el pueblo, meri me contó que exposo hacía meses que tenía compañía (una novia, quise yo que aceptara, porque según en qué temas detesto los eufemismos) lo hizo con lágrimas y risas nerviosas al mismo tiempo. Se me demudó de tal manera el semblante que, por no preocuparla, intenté explicarle que -aunque lo esperaba como algo que tenía la certeza que no tardaría en ocurrir y lo comprendía porque nada teníamos que ver uno con el otro- no podía dejar de dolerme profundamente y presumía que me costaría mucho tiempo aceptarlo y asumirlo. Ya que, como ella bien sabía, nuestra separación no fue fruto por mi parte tanto del desamor como de la indiferencia, el desprecio y, de alguna manera, la crueldad, con que él venía tratándonos desde al menos dos años antes de nuestra salida de casa.

Por no seguir llamándola novia y porque yo me negaba a lo de compañía, me vi obligada a interesarme, lo primero, por su nombre. Después, casi sin quererlo, se fue ampliando esa especie de interrogatorio que ella necesitaba para seguir dándome datos y yo para ponerle carne humana a aquella figura que en ningún momento quería representarme como fantasmal y, mucho menos, espiritual.

Después de varios días viviendo casi sin vivir coronados por varias noches durmiendo sin dormir, parece que se me va despejando el ánimo. Así que quizá haya llegado el momento de irlo anotando en este diario.

sábado, 9 de agosto de 2008

Noventa y dos.


Aunque pueda parecer una paradoja, ahora que tengo tiempo apenas si dispongo de él. Me dejo llevar por la indolencia y cuando al fin soy consciente de la hora, es porque marca el momento de las comidas o de alguna otra circunstancia de las que se suelen hacer en grupo, en familia, con lo que apenas si salgo de mi ensimismamiento.

En apenas tres días he tenido la suficiente fortuna de dejar de pensar. Dejar de pensar en asuntos que me estaban empezando a obsesionar de una manera enfermiza. Asuntos que no he de resolver porque no dependen de mí, pero para los que buscaba soluciones imposibles. Asuntos que me impedían dormir con la suficiente tranquilidad como para permitirme el descanso. Asuntos, en fin, que han de suceder me ponga yo como como me ponga, por lo que lo más conveniente era, sencillamente, que no me pusiera.

Siento todo el cuerpo dolorido porque de nuevo estoy tomando conciencia de él. Agradezco esas molestias ya que me van a permitir cuidarlo como se merece. Sabía que necesitaba esta reducción al mínimo, este cambio, aunque no podía imaginarme cuánto.

jueves, 7 de agosto de 2008

Noventa y uno.

Desayuno,


comida


y merienda.

V a c a c i o n e s.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Noventa.

Edward Hopper.

Dentro de unas horas salimos de viaje. Estaremos un par de semanas lejos de aquí, en nuestras tradicionales vacaciones familiares. Esto es sólo un hasta luego, hasta que esté allí asentada con la maleta de nuevo vacía, la ropa colocada en el armario, los libros y los cuadernos encima de la mesilla de noche y el portátil desenfundado, porque -como dicen que dijo Oscar Wilde- 'jamás viajo sin mi diario. Siempre debería llevarse algo estupendo para leer en el tren'.

martes, 5 de agosto de 2008

Ochenta y nueve.


Todo empezó en un guión. La noche antes de su boda la protagonista está leyéndole en voz alta, recostada en la cama con él, un libro bellamente encuadernado que recopila cartas de amor de grandes hombres (a sus no menos grandes mujeres). El éxito de la película es tal que miles de mujeres se lanzan a las librerías en busca de tan maravilloso referente y ¡oh sorpresa! el libro no existe. Hasta que una editora espabilada tuvo la gran idea de inventárselo y, por supuesto, publicarlo. Al parecer no le resultó complicado encontrarlas, porque todas ellas debían estar bien guardadas, correctamente archivadas.

La primera vez que intenté borrar un correo de mi cuenta de gmail saltaron todas las alarmas, incluida la regañina personalizada de la máquina porque consideraba que me ofrecía el espacio suficiente como para no tener que borrar nada. Una tórrida tarde de verano, sin ganas de hacer absolutamente nada, jugando con el portátil -encendido para poder escuchar música- volví a hacerlo, intentar borrar una carpeta determinada de mi bandeja de entrada. Y de nuevo sonaron las alarmas. Ni me inmuté, quería deshacerme de ellas así que insistí hasta comprobar que desaparecían para siempre. Pero me olvidé de los duendes. Esta debía estar mal archivada, entre otras que no significaban nada. Y ahora ya no sé qué hacer con ella.

'¿Qué nos pasa por las mañanas? ¿Se pierde la magia en unas horas de sueño reparador? ¿Acaso esas son las horas que aprovechan nuestros viejos fantasmas para visitarnos, y tardamos demasiado en desprendernos de su influencia? Yo he de decirte que no es así desde mi lado de la cama. Las pesadillas hace muchas noches que dejaron de visitarme, ahora ya sólo sueño, como los bebés, con nubes de algodón que van cambiando de forma y de tamaño. Mis sueños son suaves, blandos, dulces, no así mis despertares, lo sabes, pero apenas dura unos minutos ese ceño fruncido, ese apagón de ojos... En cuanto soy consciente de que me espera (nos espera) otro maravilloso día de setiembre, juntos, los tres, desaparecen mis malos humores, mis temores, mis desesperanzas...

Todavía estamos verdes en esto de estar (de nuevo) enamorados. En cuanto maduremos es posible que las mañanas, los despertares, sean diferentes. ¿Volvemos a casarnos? Ayer me sonreí cuando lo comentaste. Tú no pudiste ver mi cara. Pero es que yo también lo había pensado, hace unos días... No cambiemos. Ahora no. Te quiero, te quiero, te quiero.
'

lunes, 4 de agosto de 2008

Ochenta y ocho.

Gazpacho andaluz.

Preguntaba gilda hace unos días a qué sabe el gazpacho. Aunque es complicado responder a esa cuestión -pues considero que los sabores, como los olores, son muy personales- se me ocurre responder que el gazpacho sabe, sobre todo, a verano, a huerta, a verde, pero también a rojo, a mediterráneo, a ventanas abiertas, a brisa marina, a labios salados, a piel ardiente, a cebolla y a ajo.

No existe una receta válida del gazpacho porque creo que es un manjar que cada uno prepara a su manera y con sus ingredientes favoritos. Los hay básicos y complementarios. Los que son imprescindibles y los que pueden ser evitados. Yo sólo puedo ofrecerte la mía personal, para que vayas añadiendo o quitando.

En un vaso de batidora se van triturando tomates muy maduros pelados, despepitados y cortados a trozos. Pimientos rojos y verdes. Cebollas y ajos. Pepino sin pepitas. Pan remojado en agua. Aceite de oliva de la mejor calidad. Un buen vinagre de vino blanco. Sal al gusto. Yo tengo un pequeño truco para que todos liguen al tiempo y es hacer el triturado en pequeñas tandas que incluyan una cantidad razonable de cada uno de ellos, poniendo por último el pan y derramando el aceite sobre esa masa remojada. Después se va poniendo en un cuenco grande en el que, cuando ya esté el triturado completado, se añaden unos cubitos de hielo, no sólo para refrescar, sino también para aclarar y conseguir que la crema que se obtiene quede un poco más líquida. Después de tenerlo en el frigorífico unas horas, se remueve y a la mesa.

Si gustan los tropezones, que seguramente sí, se sirven aparte, en bandejitas individuales, pequeños daditos de todos los ingredientes que se han utilizado. Sin olvidar los picatostes. En ese caso, se sirve en cuencos y se toma con cuchara. Si se prefiere como bebida refrescante, sólo hay que añadir unos pocos cubitos de hielo más y servir en bonita copa enfriada con anterioridad. Ese, querida gilda, es mi gazpacho. Yo no puedo explicarte su sabor; has de probarlo.

domingo, 3 de agosto de 2008

Ochenta y siete.


Conocí la iniciativa en el blog de La Petite. Siguiendo el rastro llegué hasta Literatúngara donde solicité ser incluida en ese particular taller de escritura. El año pasado estuve trabajando en uno de la Escuela de escritores que tuve que abandonar a medias y todavía me quedaba el gusanillo de escribir ficción, por encargo y con plazo, que es la única manera que conozco de ponerme a ello medio en serio.

El primer reto ha sido lanzado:

Inicio del reto: 1 de agosto 2008

Finalización del reto: 7 de agosto 2008

Reto: Lugares extraños.

Propuesta: Descripción de un lugar (pueblo, ciudad, país, planeta) imaginario. No vale usar algo que ya exista, tiene que ser creación vuestra. Podeis centraros en alguna de sus características o en varias: geografía, flora y/o fauna, política, costumbres, historia, habitantes, leyendas…

Extensión: Entre 500 y 2000 palabras

Formato: Libre

Y yo, ahora que dispongo de casi todo el tiempo del mundo, estoy en ello.

sábado, 2 de agosto de 2008

Ochenta y seis.

Ilustración de Juan Carlos Rivas.

Así estaba yo.

Cuando una situación, por más que temida, se te derrumba encima cuando menos lo esperas, es como si una patada te echara del mundo, de ese mundo que poco a poco has creído irte forjando casi a tu imagen y semejanza. Y no sabes si reaccionar bien o mal, porque en realidad no sabes siquiera si has de reaccionar. Vuelves a verlo todo en blanco y negro, malo y peor, probable pero imposible... se acabaron las medias tintas. Va a por ti y te pilla con las defensas bajadas. Aunque quieres convencerte de que no te va a afectar, sabes que sí, y mucho. Pero no puedes reconocerlo. No al menos en ese momento, cuando quien está frente a ti cree que eres fuerte, que puedes con eso, que tienes derecho no sólo a saberlo, sino, yendo más allá, a comprenderlo y asumirlo como lo mejor que podía haberte pasado.

Pero luego me han regalado una canción.

viernes, 1 de agosto de 2008

Ochenta y cinco.


Las vacaciones significan, ante todo, que el lunes no va a sonar el despertador.

Desde hace unas horas, último fichaje antes del uno de setiembre, estoy de vacaciones por segunda vez en lo que va de año. Para celebrarlo no he venido directamente a casa, sino que, por el camino, me he dado un homenaje en forma de pescado en el restaurante de la esquina. Apenas es la tercera vez que voy y ya me han adoptado casi como clienta habitual. Pescado fresco y frito en su punto, trato exquisito, termostato regulado en el grado exacto, cerveza fría sin tener que pedirla, atención personalizada, café del tiempo con su rodajita de limón, conversación agradable...

Vacaciones, por fin, vacaciones.