viernes, 27 de junio de 2008

Sesenta y ocho.


Sucedió. Me quedo desconectada unos días, no sé cuántos. Que no se me despiste nadie, que pasaré lista en cuanto vuelva.

Besos y abrazos entre tanto.

jueves, 26 de junio de 2008

Sesenta y siete.


"Marian suponía que estaba siendo lo que se decía utilizada, pero no le importaba en absoluto, siempre que supiera para qué. Le gustaba que ese tipo de relaciones se desarrollaran en el nivel más consciente posible. Estaba claro que Duncan la reclamaba, como solía expresarse, o que al menos reclamaba su tiempo y su atención; pero al menos no la amenazaba ofreciéndole ningún regalo intangible a cambio. En cierto modo, su absoluto egocentrismo le resultaba tranquilizador. Así, cuando le rozaba la mejilla con los labios y le susurraba 'En realidad no me gustas mucho', a ella no le preocupaba, porque no tenía que responder nada. Pero cuando Peter, con la boca aproximadamente en la misma posición, le decía 'Te quiero' en voz baja y esperaba un eco, se sentía obligada a emitirlo."

La mujer comestible. Margaret Atwood, Príncipe de Asturias de las Letras 2008.

miércoles, 25 de junio de 2008

Sesenta y seis.

Sex and the city.

Carrie, Miranda, Charlotte, Samantha.

Sexo. En Nueva York.

Con palabras. Sin palabras. Con sentimiento. Sin sentimiento. Con romanticismo. Sin romanticismo. Con alegría. Sin alegría. Con complicidad. Sin complicidad. Pero siempre con pasión. Y con zapatos de Manolo Blahnik.

Ver la película es como disfrutar de cinco o seis nuevos capítulos seguidos, sin cortes para publicidad ni demoras para próximas semanas. Sólo me faltó llevar el pijama puesto para sentirme como en casa.

martes, 24 de junio de 2008

Sesenta y cinco.

Imagen de Kyle T. Webster.

Me irrito porque quiero y no quiero, porque hablo y al tiempo callo, porque una parte de mí desea estar aquí y otra allí, porque amo y odio al tiempo, porque apruebo y desapruebo actitudes semejantes, porque ansío y aborrezco, porque vivo y muero, porque aunque me independizo resulto dependiente, porque sin buscar encuentro, porque sueño a pesar de que no duermo, porque abro y cierro puertas en el mismo y contradictorio acto, porque alternativamente gano y me pierdo el respeto, porque río y al momento sollozo, porque me visto de amargura y amargo, porque doy para tomar, porque pregunto y no consigo respuestas, porque me muestro y acecho, porque me escondo y persigo, porque necesitando olvidar recuerdo, porque desatiendo y exijo...

Me irrito porque quiero y no quiero.

lunes, 23 de junio de 2008

Sesenta y cuatro.

Tallarines con salsa carbonara.

Estoy tan irritada que no soy capaz ni de dedicar un poco de mi energía -que a estas horas ni es mucha ni es demasiado positiva- a enfadarme conmigo misma. Por eso me meteré en la cocina con los auriculares del iPod bien incrustados en los oídos, aprovechando los últimos días de estas canciones que tengo grabadas y que pronto desaparecerán del mismo modo que lo ha hecho todo lo que venía archivando en el disco duro, y me dedicaré a preparar algo que necesite de toda mi atención, de mis otros cuatro sentidos.

El comentario de horabaixa me ha decidido -entre otras varias opciones- a preparar una carbonara que no sé si nos comeremos, pero que ahora mismo me apetece como un vaso de agua fresca en el desierto. Aunque antes he de bajar a comprar el principal ingrediente, que hace ya mucho tiempo he tenido que hacer desaparecer de mi dieta. Un día es un día y tampoco es seguro que en pocas cantidades contribuya a aumentar el colesterol de mi (ahora mismo mala) sangre.

Así la preparo, por si quieres ir tomando nota: se cortan a taquitos muy pequeños varias tiras de panceta o bacon ahumados. Se pican, preferiblemente a mano, un par de dientes de ajo. Se derriten un par de cucharadas de mantequilla en una sartén y se sofríen, poniendo primero los ajos. A mí me gusta la panceta muy doradita, así que lo hago a fuego fuerte. Va soltando una grasilla que conviene conservar para que engorde el sabor de la nata líquida que se añade a continuación, batida con una yema de huevo. Se va removiendo sin pausa, hasta que forme esa especie de grumos típica de la carbonara. Una pizca de sal y un poquitín de pimienta y la salsa ya está preparada. Cuando se apaga el fuego, se mezcla con una cantidad considerable de parmesano recién rallado. Con espaguetis, con tallarines, con ñoquis, cubriendo una masa casera de pizza. Mmmmmmmm... carbonara, cuánto tiempo...

domingo, 22 de junio de 2008

Sesenta y tres.

Lasaña de pesto.

La albahaca que cultivo en la terracita ha empezado a florecer, así que estos días son los últimos que podré disfrutar de sus hojas tiernas, aromáticas y sabrosas. Ayer hice pesto, mucho pesto, ya que es una salsa que se suele conservar en buenas condiciones unos cuantos días en la nevera, bien tapada en un recipiente de cristal. Estuve buscando recetas en las que utilizarlo y encontré ésta que me puse a preparar por la mañana temprano para tener la comida lista cuando volviese de la playa. Porque hoy sí, hoy ha resultado un espléndido día de playa.

Ingredientes:
- 12 placas de lasaña verde
- un manojo grande de albahaca
- un manojo grande de perejil
- 3 dientes de ajo
- 1/2 taza de parmesano rallado
- 75 gramos de nueces peladas
- 1 taza de aceite de oliva
- sal

Se pelan los dientes de ajo y se cortan por la mitad a lo largo. Se retiran las cutículas verdes que tienen justo en el centro y se ponen en el vaso de la batidora. Se trocean las hojas de perejil y las de albahaca, después de lavarlas y secarlas y se ponen también en la batidora, junto con las nueces troceadas y el aceite. Todo junto se tritura hasta obtener una pasta bastante homogénea, que después se mezcla con el parmesano rallado y se rectifica el punto de sal. Teniendo en cuenta que todos los ingredientes tienen sabores fuertes, la verdad es que apenas si necesitan sal.

Se cuecen las placas de lasaña en una cacerola grande con agua hirviendo con sal el tiempo que marque el envase. Cuando estén, se escurren y se extienden en el banco de la cocina sobre un paño limpio para que se sequen un poco.

Se unta una fuente grande rectangular (o dos pequeñas individuales) con aceite o mantequilla y se dispone una capa de láminas de lasaña, que se recubre con parte del pesto preparado. Se van alternando capas y capas hasta que se acaben los ingredientes, procurando que la última sea de pesto. Se hornea unos diez minutos a temperatura media y lista para comer.

sábado, 21 de junio de 2008

Sesenta y dos.

Madre e hija. Egon Schiele.

Ha acabado el curso y con él una de las semanas más ásperas y tensas en la convivencia que recuerdo. Prácticamente la he pasado intentando justificar mis noes a diversos planes (absurdos y locos) que me presentaba meri con un escueto 'yo también he tenido doce años'. Lo peor no ha sido la repetición de la excusa, que al fin ha resultado poco creíble y en absoluto justificadora, sino que realmente me acuerdo de la sensación de frustración continua de todos mis planes (absurdos y locos) cuando yo tenía doce años.

Ella misma ha acabado dándose cuenta de que es demasiado pequeña para unas cosas y no lo suficientemente grande para otras, por lo que ha terminado desechando la mayoría de las peticiones (absurdas y locas) y centrándose en la que en realidad le interesaba más que las otras. Como muy bien tiene aprendido, no se puede decir a todo que no porque en el momento más inesperado surge la aquiescencia, la idea brillante, la conformidad con un plan razonable... que en algunos casos no demasiado claros puede ser incluso confundida con debilidad. Aunque esta vez he decidido arriesgarme. Porque no se trata al fin de querer que nuestros hijos tengan aquello de lo que nosotros carecimos, ni siquiera de que es otra época que hay que afrontar con una mentalidad diferente. Ha sido, simple y llanamente, la consecuencia de un razonamiento pausado y sereno en las dos direcciones, de dejar de lado el machaque continuo y cansino del 'quiero...' y empezar por el '¿puedo...?' y de pedir algo que entraba en nuestras posibilidades reales, La suya para conseguirlo y la mía para permitirlo.

Así, este fin de semana, después de numerosos preparativos y para que las dos podamos descansar de nuestra presencia no demasiado grata después de estos días tan tensos y ásperos, meri va a disfrutar de su primera fiesta "de pijamas". Y yo del primer sábado libre del mes, que también estaba necesitando.

viernes, 20 de junio de 2008

Sesenta y uno.


Viernes tarde. Compras, peluquería, depilación y masaje. Frivolidades. Este año quiero que el verano me encuentre presentable.

jueves, 19 de junio de 2008

Sesenta.

Mi perra pequeña.

Mi perra pequeña. No sé por qué hoy pienso tanto en ella. He encontrado esta foto, todavía no sé cómo porque en este portátil no tengo mis archivos. Memoria, al fin todo es cuestión de memoria.

Le regalaron a meri, al poco tiempo de la mudanza a la casa de campo, una cachorrita desnutrida y pulgosa a la que yo, que no quería responsabilidades, tuve que sacar adelante y cuidar. Hace cuánto, me cuesta contar los años. Nueve, posiblemente ya pronto se cumplan nueve. Andaba todo el tiempo enredándose entre mis piernas. Me adivinaba cuando todavía estaba a un par de kilómetros de distancia. Me acompañaba por toda la casa y me esperaba tumbada en la puerta de cualquier estancia si la cerraba sin dejarla entrar. Empezaba a ponerse nerviosa, lloriquear y saltar cuando veía que me ponía las deportivas porque ese gesto significaba un largo, largo paseo para las dos solas por las zonas que más le gustaban. No temía ni a los animales más grandes y era descarada y amenazadora con los que la molestaban. Los celos, la mayoría de las veces fundados. Recuerdo especialmente sus ataques de celos, que conseguían hacerme reír y llorar al mismo tiempo.

Cuando ya estaba la decisión tomada y el piso alquilado, y aunque yo lo mantenía tan en secreto que ni meri lo sabía, la perra pequeña se fue un día. La busqué por todos los rincones por los que solíamos salir las dos juntas, recorrí todos los caminos por si se encontraba perdida, la llamé, pregunté por ella a todos los que la conocían... fue inútil. Nunca volví a verla. Y hoy, sin motivo aparente, llevo todo el día pensando en ella. Mi perra pequeña. No me la hubiese podido traer porque el dueño no quiere animales en la casa. Así que fue como si lo hubiera adivinado. Si teníamos que despedirnos, ella iba a ser la primera.

miércoles, 18 de junio de 2008

Cincuenta y nueve.

Picasso. Mujer leyendo.

La pantalla del portátil me dice que no tengo correo nuevo, que son las cinco y cuarto y que la luna esta noche vuelve a estar llena. Sigo con el de meri, ya que todavía no me he decidido a ingresar a mi mac en la uvi para ver si alguien puede recuperarlo. Y lo estoy echando de menos, porque me cansa este sistema operativo que muy pocas veces hace lo que le pido. Además de que, por costumbre, me deja colgada a medias de alguna lectura o trabajo, abre programas que ya debería saber que no quiero utilizar y me amenaza con un descalabro cada vez que me niego a navegar con su explorer del que tan poco me fío. Es negro y a mí me gusta el blanco. Es grande y yo lo prefiero pequeño. Y pronto me quedaré también sin él, porque se lo llevará la próxima semana, cuando se vaya de vacaciones a la casa del pueblo, con ex-poso.

Estoy, por otro lado, satisfecha. La mesa, el pecé, la ventana y la persona que los ocupaba y mantenía no se han movido ni un milímetro del sitio. Los cotilleos y los gestos de alguna manera amenazadores no cesan, aunque yo ya doy por ganada la batalla, sin haber tenido ni que pelear por ellos.

martes, 17 de junio de 2008

Cincuenta y ocho.

Laberinto roto. Mirna Alonso.

¿Un conflicto? Hay quien dice que esta mañana he estado en el centro del conflicto. Aunque yo no haya sido consciente y como tal me haya estado comportando.

Visto desde casa unas horas después de haber fichado empiezo a vislumbrar que ha sido cierto. Que había en juego, además de una mesa, un pecé y una ventana, una especie de reconocimiento profesional. Y por lo visto yo, que en ningún momento me he sentido involucrada, que ni siquiera he sabido que alguien estaba peleando -en mi contra- por esa mesa, ese pecé y esa ventana, podía cantar victoria. Pero no lo voy a hacer porque mañana será otro día en el que alguien posiblemente querrá que continúe el enfrentamiento. Aunque sea, como hoy, con pocas palabras y demasiados gestos.

lunes, 16 de junio de 2008

Cincuenta y siete.

Vichyssoise de manzanas.

En la cocina unas veces se ríe y otras se llora. Si no quieres llorar, sobre todo no te pongas a cortar cebollas. Por eso mismo ayer, que me apetecía una sopa fresquita para tomar cuando volviera de la playa, preparé una vichyssoise con manzanas. Nada de cebolla. Es fácil, es sana, es ligera, es fresca, es muy sabrosa.

Con un par de manzanas de cualquier variedad que tengas en el frutero, un manojo de puerros, medio litro de caldo de pollo (ya sé que no es lo mismo, pero si no tienes caldo, ni pollo, ni malditas las ganas de ponerte a prepararlo, igual puedes utilizar un cubito, que de eso suele haber en todas las despensas) una cucharada de mantequilla, un brick de nata líquida, sal y pimienta, cebollino.

Se pelan las manzanas y se cortan en trozos regulares, reservando un cuarto. Por otro lado, se quitan las hojas exteriores de los puerros, se lavan bien para quitarles la tierra y se corta la parte blanca en rodajas.

En una sartén se derrite la mantequilla y se fríen las manzanas y los puerros durante unos minutos, sin dejar que lleguen a tomar color. Se vierte el caldo y se deja cocer una media hora. Se retira del fuego y, cuando se haya enfriado, se pasa por la batidora hasta obtener un puré muy fino. Se incorpora entonces la nata y se sazona con sal y pimienta.

Se corta en rodajas el cuarto de manzana reservado y se adorna la vichyssoise con ellas y con tiritas de cebollino. Y ya está. Anímate a probarla.

domingo, 15 de junio de 2008

Cincuenta y seis.


"La literatura es una gran sociedad secreta de hombres y mujeres que saben estar solos en medio de la multitud y acompañados en la soledad, una incruenta conjura no en favor de los sueños y en contra de la vida, sino de un modo de vivir en el que la realidad y el deseo se afirman mutuamente y en el que el derecho y el privilegio de la huida se corresponde con el don siempre misterioso del reconocimiento y la aproximación."

Antonio Muñoz Molina. Pura alegría.

sábado, 14 de junio de 2008

Cincuenta y cinco.


Otro catorce de junio.

Este me encuentra más serena, más entera, más yo; la maleta olvidada en la parte más alta del armario y casi cada cosa en el sitio que le corresponde.

Ha pasado un año. Aunque nadie me había avisado, sabía lo de los efectos secundarios. Lo que no pensé es que podrían llegar a ser tan destructivos.

Me duele el olvido. Aunque también me duele la memoria. Te he querido tanto.

martes, 10 de junio de 2008

Cincuenta y cuatro.


"Teléfono del maltratador ¿en qué puedo ayudarte?"

La verdad es que me cuesta imaginarlo. Incluso me cuesta pensar que sirva para algo. Aunque si sólo uno de los que tenían intención de maltratar o acosar descuelga el teléfono, marca el número que se establezca para el servicio y se deja escuchar, supongo que ya habrá valido la pena el enorme esfuerzo que al parecer se está haciendo. Del mismo modo que no puedo imaginar que él (ella) se detenga a llamar, porque eso significa que tenga al menos un instante de lucidez, de reflexión, y eso es algo de lo que los maltratadores y acosadores en general no van sobrados, tampoco tengo una idea clara de a quién puedan poner del otro lado. Psicólogos, médicos, abogados, policías, jueces, religiosos, trabajadores sociales... hombres y mujeres que han de ser muy especiales. Y no sólo porque se trata de un tema muy serio, en el que muchas personas se juegan la vida casi a diario, sino porque hay que ser muy fuerte y estar muy centrado para no dejarse dominar por la náusea y el asco.

lunes, 9 de junio de 2008

Cincuenta y tres.


Hace más de cuatro semanas que tengo la bolsa de playa preparada para salir corriendo el primer domingo con sol que me pille en casa. El bikini, la toalla, las gafas de bucear, el pareo, los zapatos de agua, la crema protectora, la esterilla acolchada... Hace más de cuatro semanas que no disfrutamos de un domingo sin lluvia y ya empiezo a estar un poco harta. ¡Que estamos en junio, pordios, y necesito relajarme tumbada al sol, sin hacer absolutamente nada, con las olas rozando las piedras como único sonido de fondo!

No paró de llover, así que la alternativa tuvo que ser la del sofá y la lectura. Me puse al día en los capítulos del Quijote con los que me había comprometido para esta semana y acabé la novelita de Fred Vargas que empecé a leer por la mañana, mientras esperaba a ver si escampaba. Descansé -sin relajarme- e incluso con el golpeteo sincopado de la lluvia en el cristal de la ventana (clin, clin, clin...), dormí una pequeña siesta, por lo que a la hora de acostarme ni siquiera tenía sueño. Con lo bien que me hubiese venido dormirme pronto porque al cabo de un rato ya era lunes y no sabía lo que daría de sí la mañana...

Durante la noche, ya casi de madrugada, noté el cuerpecito de meri pegado al mío en la cama. Hace unos días, cuando parecía que por fin empezaba a calentar el sol, quité el edredón y estaba, pobrecita, helada. Seguía lloviendo, pero esta vez el golpeteo sincopado de las gotas de lluvia en el cristal de la ventana (clin, clin, clin...) no sirvieron más que para aumentar mi frustración por otro domingo sin playa. Me levanté a buscar algo con qué taparla y, aunque volví a acostarme al momento, no hice más que dar vueltas y vueltas, arrugando las sábanas y destrozando la almohada. Cuando ha sonado el despertador estaba agarrotada. Ni siquiera la ducha caliente ha servido para relajar los músculos del cuello y enderezar la espalda. En el camino a la oficina se me han mojado los pies porque cuando llueve de esa manera de nada sirve llevar paraguas. En unos días más, si seguimos con esta húmeda primavera, nos despertarán, además de las gaviotas que se adentran en la ciudad cuando hay temporal y empiezan a graznar con la primera luz del día, las ranas que se habrán hecho dueñas de estas calles que ya casi más son como charcas.

A estas horas aún no ha dejado de llover. Aunque podría parecer que me estoy quejando, es justo lo contrario. A pesar de que no salen las cosas del todo a mi gusto vivo tranquila al compás de la lluvia y soy medianamente feliz. Y además esta mañana temprano, muy temprano, ha llegado tu homenaje. Quiero que sepas que te estaba esperando. Que te llamé a ti, precisamente a ti entre tantos, porque temía sentirme un poco huérfana sin tu aliento en la distancia. Confiaba en que tarde o temprano entenderías esa señal no convenida. Te agradezco, lo sabes, tus palabras. Y que, sin pedírtelo, accedas a guardar este pequeño secreto.

domingo, 8 de junio de 2008

Cincuenta y dos.


"Le tendió el higo maduro. El hombre pensó que nunca lo había mirado así. Le imploraba que comiera. No quiso pensar. Ella era su carne y sus huesos. No le estaba dado dejarla sola. No quería quedarse solo. Mordió el fruto. Sintió el líquido dulce mojar su lengua, la carne suave enredarse en sus dientes. Cerró los ojos y el placer de la sensación lo ofuscó."

Gioconda Belli
. El infinito en la palma de la mano.

sábado, 7 de junio de 2008

Cincuenta y uno.

Brochetas de cerezas y quesos.

Si hoy dejo aquí una receta para copiar esto se va a convertir en una costumbre establecida: los fines de semana, cocina. De momento ya me va bien, pero que nadie se queje si alguna semana fallo, porque la de la cocina es una ciencia impredecible y no del todo exacta y las que nos dedicamos con amor a ella en los ratos libres, también.

Me encantan las cerezas y ahora las encuentro en el mercado con todo su esplendor: grandes, rojas, maduras, compactas, dulces... Me gustan los quesos y a principio de mes, cuando hago la compra grande para casa suelo llenar la cesta con distintas variedades. Repasando revistas viejas de cocina descubrí algunas recetas que jugaban con esos dos elementos dispares. Y después probé a combinarlos. El resultado aquí está.

Además de las cerezas deshuesadas y partidas por la mitad, quesos gouda, de oveja y de vaca tiernos cortados a dados, unas semillas de girasol (pipas) tostaditas y mezcladas con un tomate muy maduro picadito, unas hojitas de albahaca fresca, un chorro generoso de aceite de oliva, un chorrito de vinagre de módena, un toque de sal y una pizca de pimienta, aliño con el que se regarán las brochetas una vez montadas y dispuestas en un plato con un fondo de lechuga. Una entrada diferente para otro sábado nublado que no puedo ir a la playa. A ver si mañana...

viernes, 6 de junio de 2008

Cincuenta.


Números. Últimamente vivo obsesionada por los números. Los de mi nómina, que a duras penas me permiten llegar en buenas condiciones a fin de mes. Los de la cuenta del supermercado, que desde hace unas semanas no me cuadran con los de tickets anteriores. Los de los relojes de la casa, que marcan horas distintas a pesar de intentar mantenerlos coordinados. Los de los días de vacaciones, que hay que combinar de manera que parezcan más de los que son en realidad. Los de las notas de meri, que van bajando según se acerca el verano. Los del termómetro, que por muy en junio que estemos parece que son los únicos que no remontan. Los de mi talla de ropa, que no acaban de mantenerse en el nivel que quisiera...

Por si fuera poco, hoy me encuentro con un cincuenta. Es la primera vez que me pregunto por qué estoy numerando las entradas. Y, además de que empecé por el uno pensando que no llegaría ni al cinco, parece que no haya otra respuesta.

jueves, 5 de junio de 2008

Cuarenta y nueve.

Forges para El País.

miércoles, 4 de junio de 2008

Cuarenta y ocho.

Las palabras son una forma de acción, capaces de estimular el cambio. (Ingrid Bengis)

Leyendo esta cita por primera vez (como de costumbre sumergida en mi egocéntrico ombliguismo) me atreví a darle la razón, pues es así precisamente, a base de mis propias palabras escritas, como he podido yo misma superar el vértigo de la montaña rusa emocional en la que tantos y tantos años he ido subiendo y bajando sin parar. Aunque después - algunas veces, sin que te lo esperes, irrumpe un momento de lucidez- también he pensado que leída detenidamente se podía aplicar, con los mismos satisfactorios resultados, a las palabras de otros. Porque no son los de autoayuda los únicos textos que te ayudan a ponerte en marcha, a desear hacer que las cosas cambien, aunque algunas veces no sea -ni por asomo- para mejorar.

Dicho esto, que, aunque pueda parecer una verdad de perogullo en realidad no lo es, y un poco en contra de mi costumbre (que no quisiera de ningún modo que fuese considerada una falta de interés ni de cortesía) de responder a los comentarios, me siento casi en la necesidad de ofrecer algunas explicaciones a lo que contaba de la lectura un poco paranoica que hice de las estadísticas de visitas de mi anterior -y un poco añorado- blog personal. Me sentí amenazada porque en unas condiciones semejantes lo había sido con anterioridad. En más ocasiones de las que puedo recordar mis entradas habían sido manipuladas, reinventadas y utilizadas para herirme en mi vida real. Yo era responsable de lo que escribía y solía hacerlo, aún sirviéndome de metáforas que maquillaran de alguna manera la realidad, con la sinceridad de la que, sintiéndose a salvo de miradas que incluso podrían calificarse de obscenas, no tiene nada que ocultar. Con el paso del tiempo, confesión tras confesión, intimidad tras intimidad, fui siendo consciente de que estaba viviendo una vida que no era la mía, sino la de alguien que -a fuerza de acomodarse en la cotidianeidad, por muy insatisfactoria que resultase- había ido enterrando sus esperanzas bajo una espesa armadura con la falsa idea de que era mejor protegerse que presentar alguna clase de defensa. Ayudaban mis propias palabras, las que yo iba tecleando al amparo de la frustración que iba aflorando según despertaba del mal sueño, pero también las de los otros, los que leían con atención mis pequeñas historias sencillas y pueblerinas y me animaban otorgándome un valor del que yo nunca antes había disfrutado. A base, pues, de reflexiones propias y extrañas fui adquiriendo constancia de la verdadera realidad, lo que me llevó a tomar una serie de decisiones serias de cambio que, entre unas cosas y otras, me trajeron hasta este lugar.

Y sí, puede que esté sensible porque hace un año de la ruptura y el amor, como dice Cristina Peri Rossi, es una droga dura. De la que cuesta desengancharse incluso sabiendo que es la única manera de salvar la propia vida. Y también, puede que vea fantasmas donde sólo hay casualidades. Y es más, posiblemente lo del vértigo no sea más que un problemilla de cervicales, pero lo cierto es que lo sentí, como en las peores épocas de temor irracional, cuando ya estaba segura de que no podía volver a hacerme daño.

martes, 3 de junio de 2008

Cuarenta y siete.


Cuando llego a casa a mediodía me cambio. Aunque tenga que volver a salir al cabo de un rato, me cambio. Soy de las que se pone ropa cómoda (aunque no siempre vieja) y zapatillas para andar por casa. Creo que siempre lo he hecho, al menos desde que me recuerdo, y no comprendo cómo puede estar a gusto una persona que, como meri por ejemplo, vive desde que se levanta hasta que se acuesta enfundada en unos ajustados vaqueros y con los zapatos puestos. Pues eso, que aunque sea para un rato, me cambio. Después voy a la cocina y me sirvo una copa de vino, preferiblemente blanco. Mientras lo saboreo voy acabando de preparar la comida al tiempo que tarareo, costumbre ésta que no viene de tan lejos. Pero ésa es otra historia.

Cuando se lo cuento, marta se ríe (no de mí, conmigo) ya que me está diciendo que a ella no le gusta beber sola y se percata al tiempo de que quizá precisamente por esa razón tardó bien poco en iniciarme en el sofisticado y elegante mundo de los cócteles. Ella es viuda, aunque asturiana se siente medio inglesa -no sólo porque su marido lo era sino porque estuvo muchos años trabajando en la embajada en Londres, y como esponja que es no le costó demasiado absorber las mejores costumbres de los british- vive sola con su adorable gata y el mueble bar de su casa sería la envidia de muchos de los locales de copas de la ciudad. Cada vez que voy allí me prepara un combinado diferente y la verdad es que estoy descubriendo unos sabores que me resultaban difíciles de imaginar. Yo, a cambio, le preparo pucheritos y arroces valencianos, con lo que hemos llegado a un acuerdo tácito que a las dos nos ayuda a ir abriendo puertas a nuevas experiencias sensoriales.

Es, además, una persona muy detallista y conmigo ha descubierto la horma de su zapato. Me recuerda tanto a otra mujer que conocí hace unos años que me temo que esta amistad sobrevenida va para largo. Hoy teníamos que decidir cuándo vamos a tomarnos las vacaciones y las dos hemos coincidido en algo: que es una lástima que, porque estamos haciendo el mismo trabajo, vamos a tener que hacerlo en períodos sucesivos, con lo que bien que nos vendría a las dos poder estar al menos una semana juntas en un balneario.

lunes, 2 de junio de 2008

Cuarenta y seis.


Hay días en los que da la sensación de que no ocurre nada, y sin embargo cada minuto que pasa es por completo diferente del que acaba de pasar.

Hay días en los que todo parece transcurrir plácidamente, y sin embargo descubres que con cada mirada, con cada palabra, se puede desencadenar un episodio de furia que no puedes controlar.

Hay días en los que se diría que se está navegando en aguas tranquilas y sin embargo esa misma calma te está conduciendo a un mar embravecido en el centro del peor temporal.

Hay días en los que se agradece el silencio y otros en los que es necesario gritar.

Por fortuna, además de días hay personas. Y eso, muchas veces, es lo mejor que te puede pasar.

domingo, 1 de junio de 2008

Cuarenta y cinco.


Aquí no me va a pasar pero en el anterior blog, de vez en cuando, alguien aterrizaba por casualidad y se detenía tanto rato que parecía que hubiese llegado para quedarse a pensión completa. A mí esa situación me preocupaba porque me daba la sensación de que, en lugar de en mis archivos, había estado hurgando en mis propias entrañas.

Después de muchos días sin mirar las estadísticas, y como si me hubiese sentido observada por encima del hombro, anoche cuando llegué las volví a abrir. Y me encontré con casi mil páginas leídas. Casi todas por una sola persona. O al menos desde una misma dirección IP. Me recorrió un escalofrío, pues eso me recordó situaciones anteriores, en las que ya alguien lo había vuelto a hacer. Y me dieron ganas de borrarlo todo, de deshacerme de cada palabra que había escrito, porque me sentí como la protagonista inocente de una película porno que ni siquiera sabe que lo está siendo.

Cuando una escribe un blog personal es consciente de que se arriesga a que alguien lo lea. En la distancia no parece preocupante, pues ya sería casualidad que, entre tantos y tantos miles de blogs más atractivos, interesantes, literarios, incluso morbosos, que el de una, ese alguien llegara, aunque fuera por casualidad. Porque a pesar del anonimato que pueda proporcionar el personaje que se acaba creando, en un blog personal se está al natural. Y, a poco que se detenga ese alguien que conoce a la que está detrás del nombre inventado, acaba por descubrir que es precisamente la que no andaba buscando. Aunque quizá sí. Y entonces se queda con la excusa de la curiosidad. Y poco a poco va absorbiendo todas las confidencias, las intimidades, las palabras secretas que se escribieron porque no se podían pronunciar.

Por suerte para mí, y para evitarme angustias supongo, de nuevo los duendes han vuelto a actuar. Esta mañana todo había desaparecido. Ya no puedo consultar las estadísticas porque ya no están. Yo soñé que me deshacía de ellas, pero en aquel lugar sé que no hubiera sido capaz. Jamás he descendido a la bodega, allí donde suelen estar los códigos que ordenan el funcionamiento, pues ni siquiera he sabido nunca cómo entrar. Lo malo es que no me siento aliviada sino confusa. Me sorprenden estas casualidades que no sé si me favorecen. Y me dan ganas de abandonar. Porque hoy me siento un poco floja, posiblemente, pero también porque me disgusta la manipulación a distancia sobre lo que había creído personal y ha demostrado que no lo es tanto. Todavía me asusta un poco esta falta de control, no saber con seguridad quién está del otro lado.