viernes, 30 de mayo de 2008

Cuarenta y cuatro.

Taboule.


Cuando organizábamos las cenas y comidas comunitarias a mí solían pedirme siempre que preparara el mismo plato: taboule.

Esta noche estoy invitada, aunque saben que, como todavía no me he ganado el alta en el delicado asunto de la desintoxicación, no voy a aparecer por allí. No obstante, la estoy preparando. Alguien de ellos pasará dentro de un rato por aquí y será como si nunca lo hubiéramos dejado. Lo que no esperan es que, junto con la ensaladera, les envíe mi receta. Es tan sencilla de preparar que, aunque a mí no me importe hacerla, no puedo acabar de creerme que desde que no estoy allí no hayan vuelto a tomar. Pero también puede ser una excusa para que vuelva. No sé qué pensar, ya me dirán.

Ingredientes

Cous-cous, preparado según indique el paquete, tomates maduros, cebolleta, perejil, menta fresca, pepino, pimientos verdes, aceitunas negras, zumo de limón, aceite de oliva.

Elaboración

Cuando el cous-cous esté frío, poner en un cuenco, regar con el zumo de limón y el aceite, remover para que lo absorba bien y añadir el tomate, el pepino, la cebolleta y el pimiento picaditos muy pequeños. Por último, mucha cantidad de perejil y de menta fresca, muy picaditos, y las aceitunas negras para decorar.

jueves, 29 de mayo de 2008

Cuarenta y tres.


El día que (vistos los resultados de los análisis de sangre, que me recomendó por ver si en ellos se descubrían los motivos de la inapetencia y la dejadez) el médico me prohibió -entre otras cosas a las que no di importancia porque no suelen entrar en mi dieta- comer chocolate, creí que era motivo suficiente para el suicidio.

Desde ese momento han pasado cuatro meses y no sólo no he muerto sino que, además, he conseguido perder el hábito de la onza de chocolate nocturna. Aunque me dolió. Las primeras semanas me dolió en el alma la falta de ese sustituto de otras dulzuras, de otras caricias, incluso de otros besos con los que ya nunca podría contar. El próximo lunes toca de nuevo que me saquen un poco de sangre para una revisión de las cifras, a ver si van dejando de ser preocupantes. Así que no es el mejor momento para rendirme. Aún sabiéndolo, hoy no sé si me voy a poder resistir. Tengo una pequeña tarrina de häagen dasz de chocolate en el congelador. Y no estoy segura ni de que vaya a llegar entera a la hora de la cena.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Cuarenta y dos.

El genial Forges, en El País.

La entrada de hoy no es más que un guiso de refritos. El tema, aunque cocinillas -de la rama tradicional, aunque en algunos momentos puntuales de mi vida haya sentido deseos de experimentar- me ha interesado más por la polvareda que se ha levantado a su alrededor, aunque imagino que esa era precisamente la intención de Santi Santamaría.

El pasado domingo, Manuel Vicent, al que admiro tanto cuando escribe como cuando cocina, en su columna de la última página de El País publicó uno de los análisis de la cocina de diseño más lúcido que he leído en los últimos años. Reproduzco sólo un párrafo, pero vale la pena leerlo completo:
Puesto que ahora en el mercado hay de todo, el mérito está en hacer del exceso un arte conceptual. Gracias a este juego de manos algunos cocineros han alcanzado la celebridad de los más insignes artistas. Sus restaurantes parecen laboratorios de farmacia donde se elabora una comida basada en espumas y emulsiones muy propia para desdentados. En la puerta de esos restaurantes habría que colgar este cartel: "Prohibido entrar con hambre". Porque allí no se va a comer.
Por otro lado, en Directo al Paladar, blog de cocina que vuelve a estar entre mis favoritos, después de las últimas incorporaciones de colaboradores, lanzaron ayer la pregunta del millón: ¿conoces a alguien que haya comido en El Bulli? Yo sí, tengo dos amigos que han cenado -hace algunos años, cuando se empezaba a entronizar a Ferran Adrià, y de casualidad- allí. Igual soy de las pocas personas normales que puede responder afirmativamente a esta pregunta y eso, sin duda, debería hacer reflexionar a muchos de los que, interviniendo en la polémica, se han lanzado en su defensa con la única referencia de los miles de artículos elogiosos que en los últimos años se han impreso a mayor gloria de su popularidad*. Mis dos amigos -los que cenaron hace años en El Bulli- me hablaron del sitio con auténtica reverencia. Tanta, que me pareció incluso que no hacían más que falsos elogios, movidos por el mimetismo de la pedantería en la que en esa época estaban los dos en plena fase de inmersión. Aún así, yo soy de las que lo ha intentado -sin resultados- durante tres veranos seguidos, aprovechando la cercanía del lugar en el que pasaba mi semana de vacaciones familiares. Por pura curiosidad. Porque me gusta saber de qué hablo cuando hablo y el tema de la cocina de laboratorio salía en muchas de las conversaciones que mantenía con el grupo de cocinillas con el que me solía juntar a cocinar y cenar.

Y bueno, que siempre he pensado que esa burbuja algún día tenía que estallar. Que haya sido de la mano de Santi Santamaría es lo que se esperaba, porque nunca ha sido de los que se callan. Ya lo demostró en las sesiones de Madrid Fusión hace un par de años y ahora, que le venía bien la polémica para publicitar su libro, no lo iba a dejar correr. Lo malo es que, por las formas, se ha puesto a gran parte de la profesión en su contra. Los otros, los que piensan como él, irán saliendo. Porque seguro que los hay.

* popularidad.

(Del lat. popularĭtas, -ātis).

1. f. Aceptación y aplauso que alguien tiene en el pueblo.

martes, 27 de mayo de 2008

Cuarenta y uno.

El ilusionista. Benjamín Cañas.

"Una de las principales preocupaciones de todo ilusionista es conseguir que el público valore el número sin que vea el truco. Debe lograr, simultáneamente, captar la atención de los espectadores y distraerlo; que se fijen bien y que se despisten; que, tanto individual como colectivamente, se muestren receptivos y distraídos, que reparen en unas cosas y que otras les pasen inadvertidas. Su talento se apoya en la astucia. Su instrumento es la falibilidad de los sentidos. A quienes menosprecian la ciencia de la magia les digo: en la actualidad la ciencia cede parte de su poder para hacer que nos maravillemos. Un cohete parte hacia el espacio mientras nosotros estamos sentados en el salón y lo presenciamos, dando por sentado que ocurre tal cual lo vemos. Y, sin embargo, un simple mago como yo puede hechizar a la audiencia. Puedo hacer que el público se maraville. Puedo hacer que los espectadores se pregunten ¿cómo coño lo hace? Esto se debe a que los logros de la moderna tecnología son tan complejos, tan fuera de nuestra comprensión, que renunciamos incluso a intentar comprenderlos. Nos limitamos a aceptarlos. No es necesario saber cómo funciona una lanzadera espacial, una grabadora de vídeo, un teléfono móvil, un compacto, un ordenador, para poder utilizarlos. Sin embargo, en el caso de la magia, el 'mecanismo' de un número parece accesible, aunque en definitiva se nos escape. De ahí que afrontemos los simulacros de la magia con un talante que rara vez adoptamos ante los milagros tecnológicos."

Martyn Bedford. El ilusionista.

lunes, 26 de mayo de 2008

Cuarenta.


Anoche me descubrí queriendo saberlo todo. ¿Cómo? ¿cuándo? ¿dónde? ¿con quién? y, lo más importante ¿por qué?... sólo se me ocurrían preguntas. Me reconcomía una insaciable curiosidad. Sabía que ni era el momento ni la persona adecuada para responderlas y aún así estuve haciéndolas durante un rato largo. Muy pocas de ellas obtuvieron una respuesta que me satisfaciera porque, en mi ansiedad, no conseguí aparentar -no fui sutil ni taimada, no tengo remedio- la indiferencia que a ella le habría soltado la lengua. Quizá.

Por eso hoy sigo haciendo las mismas preguntas, y algunas más. Sé que ya no está desquiciado como los primeros días, pero también sé lo difícil que es olvidar.

domingo, 25 de mayo de 2008

Treinta y nueve.


He leído en el periódico que mañana comienza la demolición. No era un edificio bonito, ni siquiera resultaba cómodo porque desde su construcción apenas si se habían efectuado mejoras. Allí no se trabajaba en las mejores condiciones de seguridad, circunstancia que habías ido denunciado con regularidad. Aún así, era donde fichabas todos los días, sin saber nunca cuántas horas te ibas a quedar, durante tantos años y bajo tantas direcciones que para algunos -los veteranos, los que lo habíais ocupado por primera vez- sus paredes encerraban más vivencias, más recuerdos en muchos casos, que vuestro propio hogar.

Desde que empezó la construcción del aparcamiento contiguo -que tan bien te vino, con tu necesidad de tener siempre el coche a mano, bien aparcado y sin dificultad- se resintieron las paredes, los soportes, además de la propia tranquillidad del silencio y la paz en el que decías necesitar para desarrollar tu importante trabajo. Fueron apareciendo grietas que, sin llegar a preocupar, afeaban todavía más las desconchadas paredes de los distintos compartimentos en los que a lo largo de los años se tuvo que ir separando las antiguas instalaciones, para ir acoplando el edificio a sus nuevas funciones, administrativas, médicas y de rehabilitación.

El día que te desalojaron de urgencia ya fue tarde para recoger, para despedirte de todos los aparatos, las máquinas, el mobiliario, las plantas, las fotografías, los documentos, los papeles en general -que parece mentira pero se acumulan- incluso los personales, a lo largo de los años en que los fuiste guardando sin pensar, creyendo que eras tú el que controlaba, que en cualquier momento te los podías llevar, o romper, o tirar. Después del movimiento de tabiques de aquel día y del desalojo obligado por los bomberos, que creyeron que se les venía el edificio encima, nunca más te dejaron entrar a recuperar ni siquiera lo que era tuyo. Mañana los escombros se lo tragarán para siempre. Y seguro que allí estarás tú, mirando, viendo cómo desaparece el escenario de unos años felices de tu vida, sin pestañear.

Ojalá tengas suerte y, como hoy, llueva tan suave y dulcemente que te sirva para disimular las lágrimas que, estoy casi convencida, sin querer vas a derramar.

sábado, 24 de mayo de 2008

Treinta y ocho.


El primer sábado sin lluvia del mes de mayo no podía dedicarlo a otra cosa más que a pequeñas tareas de mini jardinería, que ya le estaba haciendo falta a las plantas que -desde que comenzó la primavera- adornan y aromatizan mi pequeña terraza. He cambiado a tiestos más grandes la albahaca y la menta, he añadido uno pequeño con perejil y un romero casi enano. He podado las rosas amarillas y llenado una jardinera con las margaritas.

Cuando llegamos a esta casa hace ahora casi un año yo me lo tomé todo como algo provisional. La verdad es que tuvimos mucha suerte al encontrar este piso, pequeño aunque suficiente para las dos, con muchas ventanas a la calle, bien situado, de un propietario amigable y colaborador que, aunque no nos lo deja regalado, tampoco especula con nuestra necesidad de una vivienda digna, a pesar de haberlo conseguido en plena temporada alta, con lo que suben los precios en esta zona cuando se acerca el verano. Una vez instaladas aquí yo seguía buscando, no sé muy bien si por no acomodarme o por la necesidad de un espacio más grande, habiendo dejado atrás una casona de campo y un grandísimo jardín.

La verdad es que hemos cambiado mucho (las tres: meri, la casa y yo) desde que llegamos en junio pasado. Y que nos sentimos tan a gusto que, habiendo encontrado un par de pisos más grandes a un precio semejante al que ahora estamos pagando, no queremos movernos de aquí. Hemos hecho nuestro cada rincón de la casa, nos reconocemos de nuevo en nuestras cosas, las que hemos recuperado y las que hemos ido consiguiendo por el camino. El último paso fueron las plantas para la pequeña terraza (o gran balcón) porque quizá el jardín ha sido lo que, en las cuatro estaciones que llevamos ya viviendo aquí, más hemos echado en falta. Cuando al fin me di cuenta de que no había manera de sustituirlo empecé a construir mi propio mini jardín.

viernes, 23 de mayo de 2008

Treinta y siete.

Mermelada de tomate.

Por fin ya es viernes y hay dos preguntas en el aire a las que quiero responder.

No como espaguetis porque no le sientan nada bien a mi salud mental. Es algo que viene de lejos y que algún día cambiará, pero de momento esa clase de pasta no se prepara en mi cocina. Aunque habiendo tantas y tan diferentes variedades para sustituirlos tampoco es una tragedia tan grande. Recuerdo que, cuando dejé el colegio, estuve años y años sin comer lentejas. Y bueno, que llegó un momento en el que ya no las echaba de menos. Pues con los espaguetis es parecido. Aunque la verdad es que no.

Y sí, corazón, si vienes a verme te los preparo, con la salsa que prefieras, que el pesto, con la albahaca fresca que tengo aromatizando la terraza y la casa entera, tampoco se me da mal.

Ya puedo pasar a lo importante porque, además de la salsa de tomate, había pensado también preparar mermelada, y el comentario de violeta azul me da la excusa para dejar aquí la receta, a disposición de quien la quiera copiar. Es la que hacía mi abuela, que me enseñó cuando yo era pequeña y no comía nada que fuese de color rojo. Después de probarla la puse entre las excepciones, que para todo las hay.

Prepararla es tan sencillo como calcular la misma cantidad de tomates maduros que de azúcar, escaldar, pelar y trocear, casi picar, los tomates y poner junto con el azúcar en una cacerola, con unas cortezas de limón, a fuego suave y removiendo, durante bastante tiempo, hasta que la mezcla espese. Después, se deja enfriar y ya estará lista, retirando las cortezas de limón, para ir envasando en unos tarros que tendremos muy limpios y secos, preparados al efecto.

jueves, 22 de mayo de 2008

Treinta y seis.

Tomates raf.

Tardaban demasiado en atenderme y desde la calle entraba una luz que me ha hecho replantearme si desayunaba o salía a pasear. Siempre pienso que cuando me tomo el descanso de media mañana debería airearme y estirar un rato las piernas, no sentarme en la banqueta de la barra hojeando el periódico a la espera de que sea la hora de volver. Aunque lo cierto es que acabo haciéndolo pocas veces, porque me puede la comodidad.

Hoy no lo he pensado demasiado y he salido antes de que me viera Jenny, que me prepara y me sirve el café con leche ya sin preguntar. He pasado por delante del mercado y, aunque suelo ir los viernes a comprar, he entrado a dar una ojeada a la fruta. Y porque verdura no me viene nunca de sobra, además. Maravilla de maravillas, los tomates raf, pequeños, verdes, sabrosos, macizos, en los que en invierno invierto medio sueldo semanal, estaban a euro el quilo. Me he llevado todos los que he podido cargar. Y ahora los tengo metidos en cestas en la terraza para que, con el calor de esta noche, acaben de ponerse rojos y se reblandezcan. Esta semana pasada apenas si he tenido ganas de cocinar pero mañana, que tengo la tarde libre, pienso ponerme a preparar salsa de tomate para unos cuantos meses. El día que me decida a comer de nuevo espaguetis me lo voy a agradecer a mí misma. Y, mientras tanto, ya se me ocurrirán un montón de platos para irlo degustando. Para ese lujo no me alcanza el resto del año, así que ahora lo voy a aprovechar.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Treinta y cinco.


No puedo permitirme el lujo de ser blanda. Tampoco el de resultar demasiado dura y estricta. Así que me encuentro en una disyuntiva que me distorsiona un poco la perspectiva no sólo de la educación, sino también de la propia convivencia.

Me pone como excusa la adolescencia, esa enfermedad por la que con distintos grados todos hemos pasado, para justificar sus salidas de tono, su soberbia, su rebeldía, su indolencia, su egoísmo, su incomprensión, su secretismo, su derroche, su desapego, su rechazo, su silencio... y a mí me pilla sola y cansada, por lo que en algunas ocasiones lo único que me apetece es no discutir y claudicar. Aún así me arriesgo e intento dialogar. Soy cansina, lo acepto, pero es porque las dos nos estamos jugando mucho y por el momento soy yo la única que es consciente de ello. Sólo intento hacérselo comprender.

Hoy estoy muy dolida. Ha pasado toda la tarde toreándome y yo comiéndome la rabia para no montar una bronca de la que las dos acabaríamos arrepintiéndonos. Al final, antes de cenar, sin levantar la voz, casi en susurros, la he castigado. Todavía no sé a qué ni por cuánto tiempo, pero creo que lo único que he conseguido ha sido que las dos nos sintamos mal.

martes, 20 de mayo de 2008

Treinta y cuatro.


Parte de mis libros llegaron el domingo por la tarde. Los saqué enseguida de la bolsa porque cada entrega es una sorpresa. Algunos llevaban tantos años archivados en la parte trasera de las estanterías que incluso me había olvidado de ellos. Todavía están esparcidos por el suelo no tanto porque de verdad no hay sitio donde colocarlos sino porque todavía no sé cómo hacerlo. Y porque tienen una buena capa de polvo que habrá que limpiar antes de ponerlos en su sitio.

Cuando las primeras semanas llegaba una caja, una vieja maleta o una bolsa repleta de lo que se suponía que eran mis cosas, me costaba ponerme a la tarea de ir recobrando lo que había dejado atrás sin esperanza de recuperación. También porque en aquellos días me vencía tan a menudo la tristeza que temía claudicar y convencerme a mí misma del error que había cometido huyendo de aquella manera de lo que hasta entonces había sido mi acomodada vida normal. Movida en parte por la rabia que sentía iba descubriendo entre lágrimas que todo se resumía en unos cuantos objetos que para mí ya no tenían ningún valor. Ex-poso se estaba quedando con lo que de verdad sentía mío y se estaba limitando a vaciar la casa, enviándome los deshechos en lugar de tirarlos directamente en el contenedor. De vez en cuando le encargaba a meri que me trajese algo especial, que debía coger a escondidas porque estaba segura de que si no lo hacía así nunca llegaría de nuevo a mis manos: mis moleskines, mis pashminas, mis zapatos, mis pendientes, mi vajilla japonesa, mis tazas pintadas a mano, mis libros... Yo tan sólo me había traído unos pocos, los que tenía en la mesita de leer y diez o veinte más, sin elegir demasiado, que me cupieron en el enorme bolso en el que hacía ya varios días que iba haciendo, a escondidas y en silencio, mi propia mudanza antes de la huida definitiva. La pobre iba trayendo lo que podía, entremezclado entre su ropa de fin de semana, hasta que un domingo ya no tuvo que esconder nada más. Ese día llegaron tres cajas llenas de libros y al siguiente tres más. Yo todavía no tenía estanterías, así que los fui acumulando debajo de las camas. Luego las entregas se volvieron a parar.

De vez en cuando le pregunto cuántos estantes quedan todavía llenos allí, pero siempre me dice que está todo cambiado, así que ya no sabe cuáles son míos y cuáles no. La cuestión es que cada vez que viene de vuelta confío en que en un arrebato de lucidez le haya preparado alguna bolsa con los que le faltan por entregarme, aunque también temo que cada una de ellas sea la última vez. Creo que sé cómo funciona su mente, un tira y afloja permanente que no sólo desestabiliza a los que le rodean sino mucho más a él mismo. Y que le cuesta reconocer que esta vez ha perdido, por lo que todavía temo, tan en la distancia, sus reacciones.

Lo que también sé es que hoy sólo quería decir lo contenta que estoy con mis libros nuevos-viejos y que me he puesto a escribir tranquilamente lo que no quería contar. Y que eso también me alegra, porque lo he hecho en paz y casi sin pensar.

lunes, 19 de mayo de 2008

Treinta y tres.


Han vuelto los duendes.

Ayer por la tarde, mientras descansaba con un té verde entre manos, escribí, edité y presuntamente publiqué el artículo anterior. No sé si comprobé que realmente salía en portada, aunque supongo que sí porque es una rutina que no se me suele pasar. En el exterior había una gran tormenta eléctrica, rayos y truenos que rodaban por encima de nuestros tejados, por lo que en momentos puntuales nos quedábamos sin corriente, aunque trabajando con el portátil no se nota ya que, a menos que tenga la batería agotada, no se suele apagar. Como ya tengo experiencia en esos menesteres, y aunque me gusta entretenerme escribiendo 'on line', continuamente le doy al botoncito de copiar. Es algo que aprendí después de muchas pérdidas irrecuperables, porque nunca suele salir igual la segunda vez que se intenta, aunque por lo visto ayer me debí olvidar. Debió ser, pues, cosa de duendes, el que desapareciera el artículo por las buenas y después volviese a estar.

Aunque me niego a creer que existan, reconozco que ya he tenido duendes en casa con anterioridad. Me graban canciones en el iPod que yo no recuerdo no sólo haber seleccionado, sino ni tan siquiera haber buscado para escuchar. Me ponen notitas en post-it encima de la mesa escritas con una letra tan semejante a la mía que en algunos momentos incluso me podría dejar engañar. Me cambian la hora del despertador para que los fines de semana no tenga que madrugar. Me desordenan los libros para que encuentre el que tanto tiempo me había llevado buscar...

Cuando, recién levantada esta mañana, me he sentado a desayunar enfrente de la ventana, incluso me pareció verlos reflejados en el cristal, observándome por detrás. Por supuesto que no estaban cuando he girado la cabeza, no vayas a creer que tengo alucinaciones antes de tomarme el primer café. En condiciones normales ni siquiera hablaría de ellos porque sé que me arriesgo a parecer más rara de lo que en realidad soy. Pero hoy las condiciones no son normales porque debe haber habido una invasión. Esta mañana en la oficina eran más las cosas que se perdían que las que se encontraban. Y todos hemos coincidido en la misma excusa que dar: de vez en cuando, con luna llena, vienen los duendes; deja que se tranquilicen y pronto las volveremos a recuperar.

domingo, 18 de mayo de 2008

Treinta y dos.


El año pasado (tan cerca, tan lejos) disfrutaba haciendo -uno tras otro- sencillos talleres de escritura creativa. Escribía sin parar, a mano y sobre papel, una especie de pequeñas ficciones que, dado mi carácter egocéntrico y vanidoso, nunca llegaban a serlo del todo. De repente lo tuve que dejar. La realidad se me había echado encima y no podía perder tiempo inventando historias de otros. Empleaba todas mis energías y la mayoría de mis recursos en intentar poner en orden las mías propias, las que me habían hecho llegar al punto en el que en esos momentos me encontraba. Luego pasaron los meses y nunca se me había ocurrido retomarlo.

Esta tarde, que estoy sola y ocupada intentando oganizar las estanterías de mis libros, por si tengo suerte y me llega alguna bolsa de los que quedan en ex-casa, me he detenido, cambiándolos de sitio y agrupándolos, en los manuales, los diccionarios, los apuntes y los ejercicios que tenía tan olvidados. Es cierto que quizá me he tomado alguna cerveza de más en el aperitivo. También que, después de una noche revuelta a causa de la tormenta, la falta de sueño me reste objetividad. La cuestión es que, después de llenar la papelera de deshechos que ni siquiera puedo calificar de literarios, he llegado a la conclusión de que ahora no soy capaz.

Estoy tan centrada en -precisamente- centrarme, que cualquier cosa que se me ocurre empieza por ese pronombre personal y acaba invariablemente en forma de llanto entrecortado salpicado por una larga retahíla de insultos. Así que acabo convenciéndome de que no estoy todavía preparada. Supongo que me sigue faltando distancia, esa distancia que no sólo proporciona el tiempo sino también la indiferencia, y en ese tema (aún sintiéndolo) sólo puedo declararme culpable (sin remedio) al menos por omisión. Y es que, tan buena alumna para casi todo lo demás, nunca fui capaz de interiorizar el significado menos literal y más personal que se le pueda dar al verbo ignorar.

sábado, 17 de mayo de 2008

Treinta y uno.

La ausencia. Mª de los Angeles Bueno.

"Cuidado, Frances: si algo había aprendido había sido a no decir lo que aceptaría o rechazaría del destino, que tenía sus propias ideas.
Pero quizás el destino radique simplemente en el temperamento, que por medios inescrutables atrae determinados acontecimientos e individuos. Hay personas que (tal vez de una manera inconsciente en la juventud, hasta que se ven obligados a admitir que la culpa es de su carácter) adoptan cierta pasividad ante la vida, se quedan aguardando a que algo llegue a su plato, caiga en su regazo o aparezca ante sus ojos -'¿Qué te pasa? ¿Estás ciego?' - y llegado el momento no intentan pillarlo al vuelo, sino que esperan a que lo que sea se desarrolle y manifieste. Luego la tarea consiste en sacarle el máximo provecho, en hacer lo que se pueda con lo que a uno le ha tocado en suerte."

Doris Lessing. El sueño más dulce.

viernes, 16 de mayo de 2008

Treinta.

Pablo Picasso.

Me digo a mí misma cuando me siento a escribir que ya está bien de lamentaciones.

Estoy cansada, por enésima vez cuando llega la tarde del viernes estoy cansada. Han sido muchas noches seguidas de dormir pocas horas y con muchos sobresaltos. Demasiadas horas de trabajo, en la oficina y en casa. Desequilibrios emocionales a montones. Largas discusiones por cosas que después se han revelado sin ninguna importancia. Negociaciones que se han hecho casi eternas con las que apenas si se han conseguido resultados. Conversaciones interminables de las que hubiera preferido poder escapar. La vida, que en algunos momentos pareciera que acaparara complicaciones para poner a prueba nuestra fortaleza.

Un baño, automasaje, el pijama, acabar una de las novelas que tengo empezadas, fruta para cenar y mañana empezar el fin de semana. Es un buen plan para que se vayan disipando las brumas entre las que he tenido que sobrevivir estos últimos días. Hay que florecer de nuevo, volver a considerar sólo las ventajas.

jueves, 15 de mayo de 2008

Veintinueve.

Broken Heart. May Ann Licudine.

Hoy he estado extraña durante todo el día. Los sentimientos contrapuestos es lo que tienen.

Me han llamado algunas de las chicas para darme la enhorabuena. Han propuesto fiestas (fiestones ha sido el término exacto), brindis y celebraciones varias. Yo creo que les respondía feliz, contenta, aliviada, aunque también, como alguna de ellas ha observado, con un deje de tristeza. Y no es para menos. Más de treinta años después, el fin ya tiene fecha impresa. Un día más a añadir al listado de los aniversarios.

Y bueno, que yo debo de seguir estando intoxicada porque en algunos momentos podía más la decepción que la alegría, la nostalgia que la furia, la insensatez que la rabia, el recuerdo que la realidad, la soledad que mi propia compañía...

miércoles, 14 de mayo de 2008

Veintiocho.

Cuadro blanco sobre fondo blanco. Kazimir Severínovich Malévich.

El de ayer fue casi un día de fiesta.

La entrañable brujaroja nos hizo el honor de compartir el exótico y sofisticado tacón vegetal con el que la premiaron, tanto por su buen hacer como por su calidez humana. Yo me traje mi parte, que he dejado bien instalada en la estantería de reclamos que tienes justo a la derecha , en el que -vanidad de vanidades- podré admirarlo a diario.

Por otro lado, mi eficiente abogada recordó, a última hora de la tarde, llamarme para comunicarme que ya tenemos la sentencia de divorcio, de la que me corresponde una copia, que, aunque no será exhibida públicamente, también tendrá un sitio de privilegio en la pared más cercana a este rincón de la casa.

Lástima que de madrugada llegaran los asesinos a teñir de nuevo de negro las esperanzas.

martes, 13 de mayo de 2008

Veintisiete.

Samfaina (pisto).

Cebolla muy picadita, pimiento rojo lavado, despepitado y cortado en trocitos pequeños, calabacín muy tierno a rodajas finas, berenjenas peladas en diminutos tacos, pimiento verde en finísimas tiras, sabrosos tomates -madurados en la mata- triturados después de escaldarlos y pelarlos, ajos en láminas casi transparentes. Aceite de oliva y una pizca de sal.

Preparar todos los ingredientes lleva tiempo, aunque nada comparado con el que se emplea en freírlos muy lentamente y por separado. Sólo así se obtiene la auténtica samfaina que, como las cebollas caramelizadas del otro día, suelo hacer en cantidad, para tener siempre a mano un sabroso acompañamiento de verduras en su punto con el que acabar de llenar un par de platos.

Esta mañana he pasado un rato en el mercado. Las lluvias de los últimos días han propiciado enormes canastas repletas de verduras brillantes, tiernas y recién cosechadas a las que no he podido resistirme, por lo que esta tarde, dentro de un rato, la voy a pasar en la cocina lavando, pelando, picando, cortando, sofriendo, guisando y mezclando.

lunes, 12 de mayo de 2008

Veintiséis.


Nunca he querido hacer horas extra en ninguno de los trabajos (mal) remunerados en los que, a lo largo de la vida, he ido -sobre todo- aprendiendo. Aprendiendo no sólo rudimentos de informática, de contabilidad, de administración, de relaciones personales, sino también de sindicalismo, de solidaridad, de compañerismo y de relaciones laborales.

Llevo fichando en la misma empresa más de veinte años y es la primera vez que me estoy planteando en serio el ofrecimiento que todos los años por estas fechas me llega acompañado del baremo en tiempo y precio que podría hacer de aquí a finales de junio. Y de verdad que no es por el dinero.

En los últimos meses, sin tener que ofrecer explicaciones de los cambios que estaba sufriendo mi ya de por sí precaria situación personal, he sentido que desde la dirección se me estaba apoyando, en silencio y sin alharacas, hasta el punto de cambiarme a un puesto de trabajo más cómodo y descansado, al que, pasados los días, se fueron añadiendo tareas según yo iba respondiendo. Sin presiones y sin prisas. Me atrevería a decir incluso que con una buena ración de cariño. Que ahora estoy en condiciones de devolver, diciendo que sí a la oferta para que, una más en la lista, se puedan distribuir mejor las tardes de trabajo.

Al llegar a casa he consultado con meri pues es algo que nos afecta a las dos. Cuanto más tiempo pase yo en la oficina, menos tenemos para estar juntas, y ella además se quedaría sola en casa, que por el momento sería la única razón para no aceptarlo. En todo el tiempo que llevamos aquí también se ha dado cuenta de la diferente actitud con la que acudo cada mañana al trabajo y que he podido quedarme con ella cuando lo ha necesitado. Así que me está animando. A mí me queda un poco la sensación de que voy a claudicar en algo que siempre he rechazado, pero creo que esta vez no hay otra respuesta. Así pues, me temo que la decisión, aunque a mí todavía me quede alguna duda, debe estar ya tomada.

Veinticinco.


Día de pereza y lectura al amor del fuego. Quiero decir las velas, que me han acompañado todo el invierno para hacerme creer a mí misma que todavía tenía enfrente la chimenea, la que abandoné junto al resto de las cosas que sentía mías en la casa. El jardín también. Lo he sustituido por algo más pequeño, unas pocas plantas con flores que mantengo con mimos, palabras y cuidados constantes, que ni éste es su sitio ni el vientecillo marino que las azota a diario lo más adecuado para su crecimiento y conservación.

Mientras sigue lloviendo (esto sí es agua para todos, no el desastre ecológico y económico que promueven nuestros políticos más cercanos) aumenta la melancolía que suele llevar aparejada toda tarde de domingo.

En el mismo momento en que ha quedado libre el portátil (el de meri, el mío todavía no ha despertado del coma súbito en que cayó la pasada semana) retomo la tarea de adición de complementos al blog, ahora que -abandonado definitivamente el otro, del que no me he traído más que dos buenísimas amigas, y superado el vértigo de los nuevos proyectos- ya siento que lleva camino de durar algún tiempo. Vosotras, mis cinco lectoras, os merecéis asomaros a una ventana agradable y acogedora y eso es precisamente lo que voy intentando.

Más tarde, un bol de palomitas acompañando un par de partidas al blokus y luego, mientras ella estudia, un baño conciliador con mi pobre cuerpo cansado. Después de la cena, comprobado con satisfacción el estado de todas esas pequeñas novedades que a lo largo de la tarde he ido introduciendo, pensado, escrito, editado, impreso y colgado de la puerta de la nevera el menú de la semana, al amparo del silencio casi absoluto de la noche del domingo, llega por fin el momento mágico y -de alguna manera liberador- del apunte en el diario.

domingo, 11 de mayo de 2008

Veinticuatro.


"He perdido algo que era esencial para mí y que ya no lo es. No me es necesario, como si hubiese perdido una tercera pierna que hasta entonces me impedía caminar, pero que hacía de mí un trípode estable. He perdido esta tercera pierna. Y he vuelto a ser una persona que nunca fui. He vuelto a tener lo que nunca tuve: sólo dos piernas. Sé que únicamente con dos piernas puedo caminar. Pero la ausencia inútil de la tercera me hace falta y me asusta, era ella la que hacía de mí algo hallable por mí misma, y sin necesitar siquiera inquietarme por ello."

Clarice Lispector.

sábado, 10 de mayo de 2008

Veintitrés.


Los sábados son días de limpieza. Doméstica, aunque también personal.

Tenía razón Cecilia al decir que la sonrisa surge cuando sale el sol. Así lucía el cielo esta mañana. Así lucía, en realidad, hace tan sólo diez minutos. Ahora vuelve a llover. Fuerte, como suele en esta tierra. Aunque yo no he perdido la sonrisa. A pesar de que acababa de limpiar los cristales, de barrer la terracita y de tender la ropa. Ha habido risas porque de nuevo se habían ido al traste los planes que sólo una hora antes estábamos haciendo, después de varias y contradictorias llamadas telefónicas. No va a haber playa, ni comida al aire libre, ni siquiera exposición pública de Matria en la feria de asociaciones que estaba prevista y que se ha tenido que aplazar.

Esta tarde, después de comernos el cocidito que he puesto rápidamente al fuego, vamos a hacer algo que no solemos, al menos las tres juntas: vamos a marujear en el centro comercial. Me encanta pasar esta tarde de sábado con meri y con marta. Las tres estamos dispuestas a disfrutarlo y, de momento y como buen presagio, además de los truenos, se oyen en casa risas, muchas risas.

viernes, 9 de mayo de 2008

Veintidós.

Fotografía de Marcelo Aurelio

Cuando llueve me quedo pegada al cristal de la ventana. Hay pocas cosas que me puedan arrancar de allí y casi ninguna es de este mundo.

Ayer me pilló la lluvia saliendo del supermercado. Entré con bruma (la había observado por la mañana temprano, tomando la ciudad desde el mar) y salí con chaparrón. Corriendo hacia casa cargada con tres bolsas, casi patinando por el resbaladizo pavimento, pensaba que me había dejado algo pendiente con lo que tenía que acabar.

Muchas horas después creí haber encontrado las palabras justas y me puse a redactar la despedida. Lo hice, portátil sobre las rodillas, directamente on line. La lluvia (el agua) me ayudó con la primera frase. Para el resto utilicé, además de los dedos que tecleaban sin descanso, el corazón. Después, respiré hondo y di por terminada esa etapa.

Ahora llueve despacio, me voy a pasear.

jueves, 8 de mayo de 2008

Veintiuno.


"La calle principal estaba milagrosamente despejada de tráfico. Mientras cruzaba los carriles vacíos vio que algunos coches se subían a la acera. No había policía. Todo eso era obra de los ciudadanos corrientes, que sabían que ese trecho de la calle tenía que permanecer despejado para transportar a los heridos. Las ambulancias bajaban a toda velocidad de dos en fondo, en medio de un delirante estruendo, con luces intermitentes y mareantes, entre el aire lleno de un polvo rosa-gris y de humo procedente de detrás de los bloques de apartamentos."
(...)
"Falcón aceleró el paso. Los edificios no parecían demasiado dañados, pero la gente que asomaba como flotando, llamando y buscando a sus familiares en los espacios que quedaban al pie de los bloques que se iban vaciando eran fantasmas cubiertos de polvo. La luz se había vuelto extraña: el sol estaba cubierto de humo y de una neblina rojiza. Había un olor en el aire que no era de inmediato reconocible a no ser que hubieras estado en alguna guerra. Se coagulaba en las fosas nasales junto con ladrillos y cemento pulverizados, hedor de cloaca, sumidero y un desagradable olor a carne. La atmósfera era vibrante, pero no con ningún ruido perceptible, aunque la gente hacía ruidos -hablaba, tosía, vomitaba y gruñía-: era más un zumbido que transportaba el aire, provocado por una alarma humana colectiva ante la proximidad de la muerte."

Robert Wilson. Los asesinos ocultos.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Veinte.


Hoy, a mediodía, un conversación. Que no es nada de extrañar, excepto si se trata de nosotras y es la hora de comer. Somos una pequeña familia de silenciosas y además solemos estar hambrientas, así que podría decirse que el de sentarse a la mesa no es nuestro mejor momento para hablar.

Ha habido una pelea en el instituto y, aunque no es la primera ni será la última, al parecer esta vez les ha afectado de una manera diferente. Las dos niñas contendientes, de la misma edad de la que me lo contaba, ofrecían una imagen totalmente salvaje ante la mirada atónita de los compañeros que volvían a las aulas después del tiempo de recreo. Se podría decir que las ha salvado la campana, momentáneamente al menos, porque han vuelto a encontrarse a la salida, esperándose una a la otra, el pelo recogido, las uñas afiladas, los rencores a flor de piel... rodeadas por algunos corrillos, que siempre los hay, formados por grupos de adolescentes de diferentes edades y en diversas situaciones, que no podían -unos- apartar los ojos del espectáculo y -otros- jalear para que aquello no acabase. Por fortuna alguien ha tenido la sensatez de sacar su teléfono móvil -que guardan a buen recaudo en el fondo de la mochila- y hacer una llamada a emergencias, que ha enviado tanto a una patrulla de la policía local como a un par de sanitarios por si se producían heridas. Han podido reducirlas y, dando por finalizado el episodio, enviarlas a sus respectivas casas sin una amonestación, sin tomarles los datos para dar un aviso -y algún tirón de orejas, me atrevería a pedir- a sus padres, sin demostrar a los espectadores que aquello tuviese ninguna importancia.

Mientras me lo contaba yo podía ver que estaba indignada a la par que perpleja, no tanto por la pelea en sí, que, repito, no ha sido la única en el tiempo que llevan de curso, sino por las nulas consecuencias que de ella iban a derivarse en la vida de las dos niñas. De la irresponsabilidad de la policía, al limitarse a separarlas y enviarlas a cada una sin más por su propio camino. Como suele hacer después de explicarme con sus propias palabras cuanto acontecimiento le parece relevante, y este asunto de la violencia lo es, ha formulado la pregunta de la que nunca puedo escaparme. Y tú, mamá ¿qué harías? Yo, que estos últimos días no ando demasiado despierta y que en estos temas pretendo no pillarme nunca los dedos, le he contestado que me lo pensaba y después vendría la respuesta. Y porque es difícil y porque ella necesita que sea ecuánime y justa, tendré que decirle que he de seguir pensando.

martes, 6 de mayo de 2008

Diecinueve.

mi macbook, el día del estreno

Las cosas se estropean de dos en dos y en días sucesivos, nunca de una en una y con descansos para ir haciéndose el ánimo de que las cosas están cambiando. No, no es una metáfora, aunque también podría serlo.

Ayer por la tarde, mientras tecleaba mis penas del domingo, mi portátil entró en coma profundo. Todavía no he podido despertarlo y ya me estoy planteando cambiarlo por un iMac ahora que he encontrado un rincón propio donde ponerlo. Después de una pequeña negociación conseguí que meri me prestara el suyo y, poco acostumbrada al sistema operativo, me costó un montón hacerme no sólo con los mandos sino también con la incomodidad de un teclado con diferencia mucho más grande y áspero que el del mac. Esta tarde, para acabar de sumirme en la depresión de los fallos continuados, la conexión a internet por cable ha petado y todavía no me creo haberla recuperado a esta hora de la noche, para poder acostarme con la tranquilidad de haber dejado aquí mi parte de diario. Recuperada con gran esfuerzo la rutina del ejercicio, hasta cierto punto liberador, estos primeros días me lo estoy tomando casi como un compromiso. En parte por necesidad y en otra por el puro placer de la comunicación y el desahogo.

Hablaba ayer de terapia y sé que la decisión está sólo en mis manos. Que me cuesta tomar no sólo por haber tenido hace unos años una experiencia similar que no me ayudó demasiado sino también porque en este ambiente, en esta ciudad, me va a resultar muy difícil encontrar algún profesional en la materia que no esté relacionado con mi exposo, con el handicap que eso pueda suponer en la relación, viciada ya con sólo pensarlo. La situación, si no mejorando, está cambiando, tanto porque me estoy liberando de mis propias limitaciones al poder volver a narrarlo como porque, para bien o para mal, el tiempo va pasando.

lunes, 5 de mayo de 2008

Dieciocho.

Clara enfadada. Autorretrato. Clara Fernández Ortiz.

El de ayer no fue un buen día. Lo pasé completamente sola y lamentándome cuando mi deseo hubiera sido estar con meri o con mi madre. Las circunstancias hicieron que, pendiente de una y de la otra -de si ella decidía venir o, de no hacerlo, me desplazaba yo a casa de mis padres- se me pasara el día entero pendiente del teléfono. Y eso, unido a todo un cúmulo de otras historias que se fueron entrecruzando, me puso de muy mal humor. Que estalló en toda su desmesura cuando, ya tarde, llegó a casa con la excitación que suele traer a la vuelta del pueblo y la mitad de tareas escolares sin hacer. Grité. Como hacía tiempo que no me oía.

Algunas veces, sin motivo aparente, me invaden los recuerdos y me veo atrapada sin remedio entre sentimientos contrapuestos. En esas ocasiones me desequilibro y me desplazo a una velocidad vertiginosa entre la alegría y la tristeza, la euforia y el desánimo, la serenidad y la furia, la valentía y la cobardía... y me cuesta precisar en cuál de esas sensaciones es en la que más a gusto me encuentro.

Hace unos días una de las mujeres me recomendó unas sesiones de terapia. Estuve después hablando, de una manera informal y a distancia, con una psicóloga amiga que ha seguido la evolución de divorcios como el mío y también me anima a hacerlo. Yo no lo sé, pero en situaciones como las de ayer, que afortunadamente no ocurren con mucha frecuencia, daría un mundo por comprender qué me está pasando. Y por canalizar la energía en una dirección completamente opuesta a la que me llevó a gritar de esa manera.

He de reconocer, por otro lado, que soy muy afortunada. Después de enviarla a la cama con una sonora bronca, sin rencores y como si nada hubiera ocurrido, me llamó dulcemente para reclamar su rutina de buenas noches. Luego, se durmió con una sonrisa y hoy estaba ya todo olvidado. Por su parte. A mí todavía me reconcome la sensación de fracaso.

domingo, 4 de mayo de 2008

Diecisiete.

La imagen es del almanaque 2008 de riki blanco.

Hubo un tiempo en el que una persona desconocida copiaba en su blog todos los artículos de desencanto y desamor que yo misma publicaba en el mío. Nunca me dio ninguna explicación de su conducta, a pesar de que al principio solía ponerme en contacto para pedirle que, al menos, mencionara que lo que allí se leía no eran más que palabras prestadas. Su reacción final fue cerrarme la puerta, utilizando alguna herramienta que permitía el acceso tan sólo con invitación formalizada.

Hoy me encuentro con que otra persona -a la que he seguido en silencio durante el tiempo que ha transcurrido desde que descubrí en sus escritos a alguien que me resultaba cercano- vuelve a blindar su ventana. Y no entiendo muy bien por qué se parapeta, aunque por otra parte, si piensa que sé quién es, comprendo de alguna manera su reacción ante mis visitas reiteradas. Yo, que también utilizo el camuflaje de un seudónimo, he llegado aquí precisamente para evitar miradas que no me resultaban gratas. Aún así, sabiendo que quedo de nuevo a merced de la observación indiscreta e inquisitiva de cualquiera que se quiera acercar a mis palabras.

sábado, 3 de mayo de 2008

Dieciséis.


Cebollas caramelizadas.

Para preparar las cebollas caramelizadas se necesitan pocos ingredientes, sentirse a gusto en la cocina, a solas o en buena compañía, y lo más importante de todo, no tener ninguna prisa.

La calidad de las cebollas es lo que más influye en el resultado, así que yo suelo decidirme por las del terreno, tiernas, apretadas, jugosas y dulces en esta época, con lo que no será necesario ni añadir el azúcar que normalmente incorporan la mayoría de las recetas que se encuentran en los manuales clásicos de cocina. Yo las hago en cantidad, con lo que, una vez conservadas o congeladas en raciones pequeñas, puedo disponer de ellas para la preparación o acompañamiento de cualquier plato al que se haya de añadir cebolla frita, que con ésta caramelizada siempre sacará mejor punto de sabor.

Las cebollas, preferentemente tiernas y dulces pues, se pelan y se lavan, se cortan en juliana muy fina, se van colocando en un bol y se rocían con aceite de oliva antes de empezar la cocción. El utensilio más adecuado para cocinar despacio suele ser una sartén honda y de fondo grueso, pero yo utilizo una cazuela de barro y el fuego muy, muy bajo. Se pone un chorretón de aceite y, antes de que se caliente demasiado, se echa en la cazuela la cebolla que habíamos dejado reposando, con todo el jugo que haya soltado. Con una cuchara o espátula de madera se va removiendo poco a poco, evitando siempre que se pegue al fondo y se queme. Cuando se empiezan a dorar es el momento de añadir un poco de pimienta, rosa, aunque pueda parecer un poco sofisticado. Hay que tener en cuenta que puede haber pasado más de media hora desde que empezamos a pocharlas, y que todo ese tiempo, para no irnos aburriendo, lo habremos pasado removiendo la cebolla humeante en la cazuela y absorbiendo el aroma que va desprendiendo. Se puede además escuchar música, charlar, fumar e incluso tomar un vaso de vino. Preferiblemente blanco, del que también echaremos una copita a nuestras cebollas. Es ya el último paso. Se remueve por última vez, con lo que se consigue recuperar todo el caramelo y se apaga el fuego. Después sólo hay que depositarla en una fuente y esperar a que se enfríe. Puedes probar a servirla acompañando ese micuit que guardas para las ocasiones. O añadirla a una sencilla tortilla de patatas. Te va a sorprender su textura y su sabor. Asegurado.

Para violeta azul, por sus dulces palabras.

viernes, 2 de mayo de 2008

Quince.

Cocina. Francisco Mallo.

Tengo por delante un fin de semana en el que lo más conveniente será quedarse en casa. Cuando he salido a media mañana de la oficina para pasar por el banco y tomarme un café no he podido hacer ni una cosa ni la otra. Había cola de gente hasta en el cajero, y mi media hora de descanso no está hecha para pasarla en una de ellas. Se nota el puente porque las calles están llenas de gente que pasea, que se detiene en los escaparates, que llena las cafeterías que suelen permanecer solitarias, que se sabe a distancia que presume porque no tiene prisa.

Aunque sé que también en el supermercado habré de pasar más tiempo del que normalmente tardo en hacer la compra, llevo un rato preparando una lista con todos los artículos que voy a necesitar para mantenerme a cubierto entre las cuatro paredes del pequeño piso. Voy a cocinar.

En la cocina me gusta hacer prácticamente de todo, aunque no dejo de reconocer que resulta aburrido el día a día, con sus espaguetis y sus arroces, sus hamburguesas y sus huevos fritos con patatas, sus verduras y filetes a la plancha... Aprovechando que, como cada principio de mes, tengo el congelador vacío, aprovecharé la oportunidad que me brinda el estar sola y no tener horarios y que con la colonización de la ciudad por parte de los madrileños no me seduce salir para nada, y me dedicaré a volver a llenarlo. Voy a hacer purés y salsas, fondos de guisos y sopas, cebollas caramelizadas, carpaccios de bacalao y ternera, masas para panes y pizzas... dios... se me hace la boca agua...

jueves, 1 de mayo de 2008

Catorce.

Hemos celebrado el 1º de mayo de la mejor manera posible: trabajando.

No sé muy bien cómo comenzó la aventura porque me perdí los preliminares aunque pronto fui convocada para la gestación y puesta en marcha del proyecto. Unas semanas después, con la satisfacción del trabajo bien hecho, esta mañana hemos dado el paso definitivo. La asociación está en marcha y en unos días la daremos a conocer en público.

Porque todas las que nos hemos volcado en ello hemos pasado de alguna manera por la mala experiencia, porque a pesar de todas las zancadillas con que nos hemos encontrado no hemos permitido que nos superaran las dificultades y porque estamos seguras de que ha de haber al menos un camino que simplifique y ayude a pasar los primeros trámites, porque desde nuestra propia perspectiva estamos comprometidas a evitar que las situaciones de violencia y acoso se vuelvan en contra de las mujeres, porque no queremos consentir que se silencien los malos tratos, porque estamos en condiciones de prestar ayuda y asesoramiento y porque deseamos hacerlo. Porque nosotras, que lo pasamos a solas, sabemos lo necesaria que es en esas circuntancias difíciles y traumáticas una persona que no sólo escuche, sino que de verdad comprenda.

Para nosotras está siendo una experiencia enriquecedora. Porque, además de servirnos como terapia grupal para ayudarnos a sacar unos cuantos demonios que se habían quedado enquistados, hemos hecho un grupo compacto de mujeres comprometidas con una energía que ni sabíamos que teníamos. Nuestras individualidades se han fusionado en intereses comunes a través del diálogo y, de alguna manera, la confesión intimista. Hoy nos sentimos orgullosas de nosotras mismas. Ha nacido Matria para brindarse a defender, asesorar, ayudar, o simplemente acompañar y escuchar a cualquier mujer que se sienta acosada o maltratada.