miércoles, 31 de diciembre de 2008

Felices 2009.

Viñeta de Ramón en El País el día 29.

Anoche, ya acostadas, meri me preguntó cómo pensaba que sería el próximo año. Indudablemente mejor que éste pasado -le respondí- que a ninguna de las dos nos ha ido demasiado bien. ¿Olvidamos todos estos días? insistía ella, precisamente en una noche que me había sido concedido de propina, pues según las decisiones de última hora debía haberla pasado con su padre.

Hemos tenido una serie de dificultades añadidas en estas vacaciones escolares, pues alguien se ha salido del trato queriendo imponer unas normas nuevas contra las que, no estando de acuerdo, me he rebelado sin pensar en si podrían derivarse consecuencias. Al haberlo comentado con ella no sólo es consciente de mi preocupación sino, considerando que soy yo la que lleva razón, desde el primer momento la he tenido de mi parte. Más que eso, apoyándome y ofreciéndome su complicidad tan sin límites que incluso hemos sobrepasado lo que, unilateralmente, decidí como reparto.

Esta madrugada, cuando empiece el año que nos ha de ir necesariamente mejor que el que borraríamos con gusto de nuestra memoria, estaremos en casas separadas, en ambientes diferentes y solas con nuestros pensamientos. Que serán de una para la otra, de eso estoy casi segura.

Aunque mi brindis, que no faltará, irá por todos vosotros.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Y de postre...


... un sorbete con la fruta de la buena suerte, que seguro la vamos a necesitar.

Hemos de tener a mano:

3 granadas, 2 huevos, 3 cucharadas de azúcar, 1 limón y agua mineral.

Así lo vamos a hacer:

En un cazo se pone a calentar el azúcar con un vasito de agua y el zumo de medio limón, hasta obtener un almíbar. Mientras, se pelan las granadas, dejando los granos completamente limpios de telilla y se pasan por un chino, sin apretar demasiado para no romper las pepitas. Se añade este zumo al almíbar y después de removerlo muy bien, lo dejaremos enfriar. Se levantan las claras de los huevos a punto de nieve, y cuando ya están bien sólidas, se incorpora el sirope, removiendo con cuidado. Como la mayoría de nosotros no tenemos sorbetera, lo meteremos en el congelador en un cuenco, sacándolo de vez en cuando para removerlo bien. Y ya está. Se sirve en una bonita copa y listo para tomar.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Con uvas.


El día de nochevieja cómete las uvas en el plato principal. Te evitarás las prisas, la aglomeración, el atragantamiento… y disfrutarás plenamente de ellas. Aunque, eso sí, no vienen con el deseo incorporado. No importa porque, después de degustar este delicioso plato, tu único deseo será que haya sobrado para poder repetir al día siguiente.

Es tan sencillo, además, que no te pasarás toda la tarde en la cocina, sino apenas unos minutos antes de poner la mesa en la que se sentarán los comensales que tú hayas invitado a cenar. Igual da uno que cincuenta, sólo has de ir sumando cantidad a los ingredientes para que resulte tan sabroso que si lo hubieras preparado sólo para ti. Toma nota y comprobarás que la simplicidad puede ser sinónimo de sofisticación a poco que te lo propongas y le eches un poco de imaginación. Pocha un par de cebollas muy picaditas en una sartén, a fuego muy lento. Cuando estén transparentes, añade un racimo de uvas despepitadas, sal, nuez moscada y una cucharada de miel. Al cabo de unos minutos, cuando el guiso ya ha mezclado todos los sabores y los aromas, añade unas piezas de bacalao desalado durante al menos veinticuatro horas, pasado por harina, y cubre todo con vino moscatel. Tapa la cacerola y acaba de cocer muy suavemente. Si has preparado una ensalada de brotes tiernos, a la que puedes añadir unos pensamientos de diferentes colores -siempre que te dé confianza su origen, porque no vas a poder evitar desear probarlos- la cena que esa noche se sirva en tu casa será recordada por mucho tiempo con auténtico placer.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Segundo día.


Anoche, cuando volvíamos de disfrutar una estupenda navidad en familia, la temperatura era tan agradable y el cielo lucía tan despejado y estrellado que me hice la ilusión de que hoy tendríamos un magnífico segundo día. Aunque tuviese que levantarme temprano porque fuese tan laborable como cualquier otro viernes del calendario. Sabía por experiencia que el ambiente de oficina sería resacoso en todos los aspectos y que podría escaparme temprano para salir a comer con meri, ya que por tradición aquí todavía lo medio celebramos. Pues no podía estar más equivocada. Después de una noche lluviosa, otro día gris y frío en el que lo único que apetece es hacerse un rebujito, bien tapadita con la manta, con el radiador encendido desde que nos hemos sentado a comer (en casa, un caldito y unas sobras de fiambres) y ponerse manos a la obra con los libros nuevos que han llegado envueltos de regalo.

Unas cuantas velas encendidas y el sillón al ladito de la cristalera de la terracita para no perderse nada de lo que pasa en la calle. El portátil encendido porque hay que ponerse al día después de esta pequeña etapa de desconexión voluntaria. Lectura de correos atrasados a los que hay que dedicar más cariño que tiempo para responder en los próximos días. Recuento de nuevos amigos que me pregunto a través de qué intrincados vericuetos han llegado hasta aquí y han tomado asiento para quedarse un tiempo. Así que al fin la lluvia, que esta mañana tanta rabia me ha dado, ha venido a salvarme la tarde de este segundo día que, al fin y aunque no como tenía previsto, he celebrado.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Hacia la luz.


Que hoy sea el día más corto del año ha de significar, sin duda, que a partir de ahora volvemos a ir directos hacia la luz.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Felices fiestas.


Me he enterado hace un rato de que, este año también, me quedo sola en la oficina al frente de dos secciones las dos próximas semanas. Aunque no me ha hecho tanta ilusión como el año pasado, porque esta vez, teniendo ya un poco más de experiencia en el asunto ese de asumir responsabilidades que no entran en mi sueldo, estoy menos dispuesta a considerarlo como una extravagante especie de premio. He vuelto a caer en la trampa de que, como mi familia está a tan solo unos pocos kilómetros, soy la que se queda. Después tendré la recompensa sí, y espero que no venga a fastidiármela ninguna cuadrilla de restauradores de fachadas, pero aún así no he quedado demasiado contenta cuando esta mañana, último día y casi a última hora, me han anunciado la buena nueva.

Lo cierto es que este año las fiestas me han pillado desprevenida. No sentía yo mucho, a pesar de cruzar todos los días el mercadillo de navidad que se han montado los comerciantes en una de las calles que forman parte de mi recorrido habitual, de las luces que llevan varios días encendidas, dándole un poco de color a los grises días con los que el cielo, que debe estar muy triste, nos despierta cada mañana desde que empezó el otoño, el espíritu navideño. Ni árbol ni belén en casa, ni compra compulsiva de regalos, ni envío de christmas, ni calorcillo en el cuerpo pensando en las reuniones familiares... nada de nada. La verdad es que lo que más siento es frío. Desde el exterior, pero también del interior, y ése cuesta más de erradicar.

He dejado de hacer muchas cosas que me deparaban satisfacciones personales, a cambio de meterme en otras que me convienen más en estos momentos. Una de las rutinas que más me ha dolido perder ha sido la de la escritura, no sólo en el blog, donde se nota especialmente, también en el correo, en los ejercicios a los que me obligaba para no perder el ritmo... Aunque, quizá para compensar, paso muchas horas alejada del portátil, que en alguna época no demasiado lejana parecía haberse convertido en un apéndice de mis ojos, de mis manos, de mi vida. Trabajo por las mañanas y descanso algunas tardes, estudio, leo, veo alguna serie en la tele, cocino y hago el resto de tareas domésticas, duermo todo lo que puedo, pienso, pienso, pienso...

Y hoy he pensado en que, a pesar de todo, el próximo jueves es navidad y estaremos todos. Incluso los que no vendrán. Y que me apetecía un árbol lleno de brillante y multicolores luces, y desear felices fiestas. Y que lo sean de verdad.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Desayuno confidencial.

Confidencias. Inés Rubiales.

Desde que descubrí que servían un café aceptable, que los precios eran asequibles y, lo más importante, que no había ruidosas reuniones, los domingos por la mañana -después de comprar la prensa y el pan- es allí donde me detengo a desayunar y hacer una primera revisión a los periódicos. Suelo coincidir en el momento con una persona a la que conozco desde hace años, una cajera del mercadona que está justo debajo de la oficina, con la que a menudo cruzo unas palabras cuando voy a comprar mi botella diaria de agua mineral. Si nos vemos en la cafetería, a la entrada o la salida de cualquiera de las dos, nos acercamos a la mesa, nos saludamos e intercambiamos un par de frases hechas, sobre el tiempo (atmosférico) o el tiempo que marcan los relojes, del que tan pocas veces disponemos como algo realmente nuestro. Nunca hasta hoy habíamos pasado de ahí.

Esta mañana he bajado más temprano, muy abrigada porque el viento helado, del que oía el estruendo desde la cama antes de levantarme, ha hecho bajar unos cuantos grados la temperatura, que ayer parecía haberse recuperado. Al cambiar de hora, el panorama en la cafetería era diferente. Todas las mesas llenas excepto una, la más pequeña, en la que no cabe ni el periódico desplegado y con sólo dos sillas. En una de ellas he dejado el gran bolso, el abrigo, la bufanda y la bolsa del pan y, sin tener que pedirlo, he esperado a que me sirvieran mi desayuno habitual. Mientras esperaba ha entrado ella, también con el periódico debajo del brazo, ha echado una ojeada y se ha acercado a saludar. No lo he pensado ni medio segundo. He retirado el abrigo, la bufanda, el bolso y la bolsa del pan y le he ofrecido compartir la mesa conmigo. En lugar de leer, podíamos charlar, que ya nos íbamos debiendo una conversación. Ha sido mi desayuno más largo. He conocido -ahora sí- a una persona encantadora con la que comparto experiencias, que hoy nos hemos contado, como el estar divorciadas ambas de una rara especie de hombre, el tener una hija adolescente a nuestras espaldas (durmiendo mientras nosotras charlamos) y que nos han llamado al móvil para reclamar nuestra presencia casi al mismo tiempo. De momento hemos quedado para el próximo domingo -misma hora mismo sitio- que las dos tendremos libre y quién sabe si además de desayunar incluso podemos comer juntas. Mientras tanto, seguiremos viéndonos por las mañanas en la caja de mercadona cuando yo baje a comprar mi botella diaria de agua mineral. Aunque el saludo será ya más cómplice, menos retórico, más amigable, más... confidencial.

jueves, 11 de diciembre de 2008

¿Me estás espiando?


Empiezo por reconocer que mi actitud quizá sea un poco paranoica. Que, debido al temor que todavía atenaza parte de mis días, tomo demasiadas precauciones. También que, aun así, en muchas ocasiones siento como una mirada hostil en mi espalda. Incluso que sigo pensando que de vez en cuando vuelven a aparecer los duendes.

He tenido problemas en las últimas semanas con una de mis cuentas de correo electrónico, la más personal, la que no conoce casi nadie, en la que se guardan la mayor parte de mis secretos. Más que tener problemas, pensé que la había perdido porque se me negaba, una y otra vez, el acceso a su bandeja de entrada. Hoy, como por brujería, me ha sido restituida la clave que abre sus puertas. Y eso es precisamente lo que más me asusta.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Otoño.


No he cejado en el intento de leer poesía, aunque ahora lo hago siguiendo los consejos de alfaro, haciéndola mía, como si yo misma la hubiera escrito. Es complicado, no sólo porque no es mi lenguaje sino además porque igual he equivocado el principio. Pico aquí y allá, sin ningún método, limitándome a lo que encuentro tanto en la biblioteca pública como en la red, este largo fin de semana que he tenido más tiempo para buscar desde aquí.

Navegando así, un poco sin rumbo, llegué a un blog en el que encontré un pequeño poema que, ése sí, parecía haber sido escrito por o para mí. La imagen que lo ilustraba (la misma que yo pongo ahora) sin embargo, apenas si tenía que ver con las palabras. Pero me hizo tanto desear tener algo con qué acompañarla, que tuve que recurrir a un maestro.

Aprovechemos el otoño
antes que el invierno nos escombre
entremos a codazos en la franja de sol
y admiremos a los pájaros que emigran

ahora que calienta el corazón
aunque sea de a ratos y de a poco
pensemos y sintamos todavía
con el viejo cariño que nos queda

aprovechemos el otoño
antes de que el futuro se congele
y no haya sitio para la belleza
porque el futuro se nos vuelve escarlata.


Mario Benedetti. Otoño.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Convenio regulador.


En las últimas semanas -por cuestiones de trabajo que no puedo detenerme a explicar- han pasado por mi mesa en la oficina unas docenas de sentencias de divorcio, la mayoría de las cuales llevaba incorporado un convenio regulador de las condiciones del mismo, que básicamente se suponen económicas y en favor de los hijos menores habidos en el matrimonio. Han sido ésas las que me he detenido a leer, no sólo porque -también por cuestiones de trabajo- eran las que me interesaban sino por curiosidad y afán de hacer comparaciones con el que en su día -hace apenas un año- firmé yo en el despacho de mi abogada.

Recuerdo que, en conversaciones previas y cuando todavía la otra parte no había dado señales de vida, mientras preparábamos la demanda de lo que iba a ser un divorcio contencioso, insistí en que no se mencionase absolutamente ninguna de las motivaciones que pudiera causar malestares a corto o largo plazo y que, en lo tocante a las relaciones del padre con su hija, se intentase ser lo más abierta y flexible que permitiese el ministerio fiscal, que es parte en el proceso cuando de menores se trata. Al fin el redactor del convenio fue el abogado de exposo, cuando se vieron con el agua al cuello de los plazos casi vencidos para que pudiera pasar a ser calificado como de mutuo acuerdo y, aunque perfeccionista como soy, lo encontré carente tanto de estilo como de detalles que hubiese querido ver reflejados y porque me pilló en unos días en los que mi mente estaba en otro sitio donde era nás necesitada, firmé casi sin mirar la primera versión del que me presentaron. Su única condición negociadora, aparte del regateo de cien euros en la cantidad para la pensión -que mi abogada había estimado teniendo tanto en cuenta no sólo nuestros respectivos ingresos sino también los baremos que vienen marcados de oficio- era que yo firmara antes que él, y lo hice entre viaje y viaje, cuando mi madre todavía estaba ingresada en neurología, después del ictus. Sé que podrá parecer mezquino, pero mi prioridad era que aquello se resolviese cuanto antes, tanto para que exposo acabase de ser consciente de que no era un juego como para que empezase a hacerse cargo de los gastos de su hija, cuestión de la que había pasado olímpicamente desde el mismo momento en que meri y yo nos cambiamos de domicilio. Aunque, cuando ella estaba en su casa y a su merced los fines de semana, aún sin convenio, sin acuerdo y sin ninguna relación ni conversación previa, le llenaba la cabeza de fantasías en las que yo era la que le iba a desplumar, razón única y última en su miserable imaginativa del abandono perpetrado sin más motivo que el de joderle la vida.

Ahora, después de haber repasado punto por punto, coma por coma y palabra por palabra los que han ido llegando hasta mi mesa de trabajo, me doy cuenta de que en esa ocasión no debí haber optado por la simplicidad, ni siquiera con la excusa de las prisas, que tenía que haber estudiado la jurisprudencia anterior de todos los juzgados de la ciudad al respecto, que hubiese sido imprescindible dedicar tiempo y esfuerzo a redactar unas cláusulas que, pareciendo inocentes, esconden el verdadero secreto de la mayoría de los convenios reguladores que he conocido en estos días: voy a por ti y que dios te coja confesado.

martes, 2 de diciembre de 2008

Día perdido.


Me ocurre a menudo en los últimos tiempos. Amanece, suena el despertador y yo no me puedo levantar. Ni siquiera soy capaz de abrir los ojos y darle a la tecla que lo obliga a enmudecer. Es meri la que entonces se pone en marcha y toma las riendas, dejando que yo me quede sumida en ese sopor, ese duermevela que durará, con suerte, apenas unas horas. O unos días, si las cosas no acaban de darse bien. No estoy enferma. Es -simple pero terriblemente- ausencia, desgana, desapego...

Ayer me perdí el día completo. Nada hizo presagiar en las horas anteriores que fuese a tener uno de esos ataques. Hoy he podido reaccionar al estímulo de sus, aunque dulces, imperativas palabras, pero me encuentro turbia, sucia y desarraigada. He abierto todas las ventanas para deshacerme del hedor que respiro, pero creo que sale de dentro mismo de mi cuerpo. Cuando me he levantado lucía un sol prometedor de un día fantástico, aunque en poco menos de una hora han ido creciendo las nubes y ha descargado una tormenta de las que se recuerdan. El granizo ha roto mis plantas. Ellas pueden ser repuestas, pero mi día perdido, definitivamente, no.