miércoles, 29 de octubre de 2008

Conectando...


Bloguear desde la oficina no es sencillo. No sólo porque los pecés son compartidos y a duras penas si se pueden borrar todas las huellas, sino tanto más porque el teclado del que me pilla más cercano -el que suelo usar a diario- es antiguo, duro y lento, con lo que va frenando tanto lo que escribo como lo que al mismo tiempo pienso.

Esta tarde es de las de recuperación. Recuperación del tiempo que no puedo dedicarle a la empresa en horario de mañanas porque he de atender a asuntos para mí mucho más importantes que el fichaje en hora. Y no me apetece absolutamente nada ponerme a trabajar en los asuntos que me he dejado pendientes porque de ellos mejor me ocupo mañana con la mente más despejada. Estando sola aquí pocas opciones me quedan, ya que se me ha olvidado en casa el manual de Historia con el que pensaba ayudarme a pasar la tarde mientras me preparaba el tema para la clase de mañana. Internet, además, va tan rápido ahora que nadie más está conectado que es una lástima desperdiciar la ocasión, así que a esto me voy a dedicar las dos horas largas que he de permanecer aquí encerrada mientras contemplo el atardecer -soleado aunque con esporádicos episodios de lluvia- que queda del otro lado de la ventana, abierta a pesar del frío porque hoy he decidido romper con todas las normas establecidas y sacar el paquete de tabaco, dispuesta a fumarme más de uno.

Buscando una imagen para ilustrar y pensando en la lluvia, he recordado la movida de esta mañana y que tengo un par de fotos en el móvil, que no han resultado premiadas en el concurso 'a ver quién consigue la imagen más patética' que se ha organizado aquí esta mañana, al poco de que estuviéramos cada uno más o menos ubicado en nuestro sitio. Y, dispuesta a contar la historia pues tiempo es lo que hoy me sobra, otra asociación de ideas me ha llevado a la petite, a lo que me maravillo con cada una de sus crónicas de oficina, tan gráficas y bien narradas que más que leer parece que se escuchan. Y en la cantidad de anécdotas y tristezas que cada uno de nosotros guarda de todos esos días, horas y minutos que pasamos trabajando (la mayoría de las veces mal remunerados) y que en tan pocas ocasiones encuentran interlocutor para ser contadas.

martes, 28 de octubre de 2008

Entradas, salidas y borradores.


Sólo encuentro spam en la bandeja de entrada de una de mis cuentas de correo. Menos mal que voy animando la de salida de otra de ellas. Incluso la carpeta de borradores, que, aunque no es lo mismo, algún día se vaciará porque me iré atreviendo a darle a la tecla correspondiente que los vaya enviando a sus destinatarios. Por el momento es el único lugar en el que puedo pasar horas y horas a gusto. Esperando. Aunque al mismo tiempo tomando tímidas iniciativas.

domingo, 26 de octubre de 2008

... y quinientas noches.


Mi vecina del piso de arriba parece haberse vuelto loca. Desde hace unas noches nos castiga, hasta altas horas de la madrugada, con una canción a un volumen tan alto que debe poder oírse en toda la manzana. Siempre la misma, una y otra vez repetida como un mantra en la oscuridad y el silencio de las horas nocturnas, que suelen considerarse de sueño y descanso. Lo malo es que esa repetición, esa machaconería obsesiva, me recuerda tanto otra situación vivida hace unos diez años que me ha obligado a recuperar este título que hubiese preferido no tener que confesar, ni en público ni en privado. Porque, a mi pesar, aunque a estas alturas debería estar si no olvidado, al menos archivado, esto no se ha acabado.

sábado, 25 de octubre de 2008

Pollo a la cerveza.


Tenía planes para hoy. Pensaba tomar un autobús por la mañana y pasar el día en casa de mis padres ya que los últimos contactos han sido teléfonicos y de apenas unos minutos cada vez, que el presupuesto no da para más. La lluvia, constante y copiosa, que está cayendo desde ayer tarde - y ya sabes cómo descarga en esta tierra cuando llueve - me ha impedido cumplir con esos planes. No sólo la incomodidad de andar todo el día con las botas y el paraguas y aún así acabar empapada sino las carreteras cortadas que te dejan tirada cuando crees que ya estás a punto de llegar. Que no he podido salir ni a por tabaco, vamos.

También tengo planes para mañana. Comer unas fabes con almejas que va a prepararme mi buena amiga Marta que, aunque mantiene las costumbres british de la juventud, no ha olvidado las asturianas de la infancia y acaba de recibir un cargamento de legumbres de su tierra. Mi rutina de compra semanal, además, suele estar relacionada con los lunes por las tardes, tranquilos y solitarios vayas al mercado que vayas. La circunstancia, por otro lado, de estar a finales de mes, a apenas dos o tres días de ingreso de la nómina mileurista y que significa que apenas queda nada de la anterior me ha llevado a tener la nevera casi completamente vacía. Excepto los restos, esos que van quedando del menú de la semana y que suelen acabar en la basura cuando compruebas que, si no te lo has comido ya, ha pasado su momento.

El martes comimos arroz a la cubana (restito de arroz blanco), el miércoles pollo frito (del que sobraron cuatro trozos) y el jueves un hervido valenciano, con muchas judías verdes y zanahorias, que me gusta que sobren para utilizar de guarnición con un poco de pescado. Así que cuando me ha entrado el hambre he puesto en marcha la parte de imaginación que todavía conservo para estos casos desesperados, he ido abriendo pequeños tuppers en los que descansaban esos restitos que de otro modo habrían sido desechados, y me he preparado un pollo a la cerveza con verduras. Te explico.

Abres un botellín de heineken y le das un par de tragos, al tiempo que picas una cebolleta y la sofríes en una cazuelita en la que has puesto un fondo de aceite de oliva. Cuando esté en su punto, rehogas apenas el pollo que ya tenías frito, le añades las verduritas cortaditas y lo riegas todo con la mitad del botellín de cerveza. El resto te lo sigues bebiendo. Cortas una patata mediana en pequeños tacos y los fríes en una sartén con aceite bien caliente mientras se va evaporando la cerveza que has añadido al pollo. Al servir, como todavía queda un poco de líquido, lo meclas todo con el arroz blanco. Y si, degustándolo, te paras a pensar que has preparado una deliciosa comida con recortes que habías guardado sin saber si podrían ser reutilizados, qué no vas a ser capaz de hacer con todos esos retazos de tu vida que creías ya superados y olvidados.

viernes, 24 de octubre de 2008

Estudiando.


Un aula pequeña, poco equipada y mal ventilada. Un profesor sin muchas ganas aunque con bastantes ideas. Verborrea para esconder que no imaginaba que alguien (yo) iba a asistir a su clase, por lo que no se había preparado absolutamente nada. Saltar de un tema a otro aunque, eso sí, todo relacionado con la asignatura. Compromiso de que el próximo jueves, que me ha emplazado para la tutoría junto con los alumnos de Políticas, se lo habrá tomado un poco más en serio.

Ese podría ser el resumen de mi primera experiencia universitaria después de más de veinte años. Y no, no fue exactamente como me imaginaba, pero estoy casi convencida de que irá mejorando. Mientras tanto, yo sigo a lo mío, intentando estudiar -aunque he de reconocer que me está costando muchísimo- al menos un par de horas diarias. En las que me esfuerzo en concentrarme a pesar de que no siempre lo consigo. Y, como a todo procuro encontrarle ventajas, más que en el semi fracaso de no conseguir esa concentración tan necesaria para ir fijando conceptos, valoro el triunfo de no estar reconcomiéndome con otros temas que acabarían por sorberme las pocas neuronas sanas de las que a mi edad se suele disponer. Porque eso ya lo he convertido en una gran victoria.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Melancolía sangrante.


El estado físico de mi madre va mejorando poco a poco. También el anímico, cosa que me alegra más que ninguna otra. El mío, por el contrario, parece estar ahora mismo en decadencia.

Después de tantos y tantos meses inmersa en un proceso de rupturas constantes, es en estos días cuando empiezo a sentirme un poco huérfana. Y no de afectos, que los vengo conservando y acrecentando según va pasando el tiempo y se van sumando nuevos miembros a mi no demasiado larga lista de amistades -aún siendo virtuales- sino de mí misma. Porque me da la sensación de que no estoy siendo honesta conmigo, que me voy alejando del claro propósito que me había marcado, que me estoy abandonando a la nostalgia y a la melancolía típicas de un corazón roto, que puede conducirme sin remedio a la falsa ilusión de un enfermizo enamoramiento sin ningún sentido ni futuro. Han sido demasiadas conversaciones sobre esos únicos tema y personaje, demasiadas lamentaciones por los últimos acontecimientos, demasiados recuerdos sacados a flote desde la parte más oscura de mi personal infierno. En ciertos momentos incluso se podría dudar de mi cordura. Así lo ha hecho meri en un par de ocasiones, en el transcurso de alguna de nuestras largas tardes de sofá, confidencias, palomitas y lágrimas. Ambas estamos ahora abriendo los ojos a nuestras propias experiencias personales, que habíamos mantenido en un secreto que, pudiendo parecer incomprensible, se había convertido en nuestra única arma de superación de las diferentes crisis por las que hemos ido pasando, juntas o por separado.

Por fortuna creo que hemos llegado a tiempo para no permitir que la situación, ahora que al parecer somos capaces de verbalizar y compartir nuestros sentimientos -las más de las veces encontrados- nos acabara distanciando. Aunque no puedo dejar de reconocer que el haber tenido que asumir el papel de defensora de una causa en la que no creo ha mermado mi objetividad y mareado mis sentidos, hasta el punto de no poder distinguir con claridad cuál es mi verdadera posición y si no me estaré imaginando esa melancolía que ya me está sangrando.

jueves, 16 de octubre de 2008

Casi de vuelta.


En la casa de mis padres las cortinas siempre están echadas y el teléfono no para de sonar.

Desde que me convertí en usuaria asidua de internet ha sido la primera semana de mi vida en que no he echado de menos poder estar conectada. Aunque creo que tal acontecimiento extraordinario ha ocurrido porque no he tenido ni un minuto de tiempo para estar conmigo y con mis propias cosas. Volví anoche físicamente pero mi espíritu todavía sigue vagando detrás de esos visillos y no acaba de reunirse del todo con mi cuerpo. Un poco de tiempo. Creo que necesito todavía un poco de tiempo antes de llegar a la descompresión absoluta y satisfactoria. Porque los días pasados entre médicos, enfermeros, medicamentos y camas de hospital -aunque estén en casa de los padres de una, territorio familiar y entrañable como ninguno- vienen a ser como una abducción en la que te ves transportada a otro mundo, desconocido y en absoluto deseado, del que no puedes huir por mucho que lo estés necesitando.

jueves, 9 de octubre de 2008

Conflictos.


Los pequeños conflictos me agotan. También lo harían los grandes, supongo, pero esos no son de los que aparecen a diario. Sin buscarlos, sin provocarlos siquiera, me veo a menudo en el centro de ellos porque van surgiendo a mi alrededor entre personas con las que, conviva o no, resultan de alguna manera determinantes en mi día a día. Si lo pienso bien me doy cuenta de que esta situación no es nueva, que desde hace muchos años -posiblemente debido a mi carácter conciliador- me he visto involucrada, si no en la solución, sí al menos en la negociación de muchos de ellos. Intentando mantener unos parámetros, aunque no en la mayoría de los casos de afecto, al menos de normalidad en las relaciones entre las personas que se veían afectadas por ellos y que, dadas las circunstancias, resultaban inevitables. Yo misma en muchos de los casos. Que no he sido capaz de mantenerme al margen, vamos.

Y de vez en cuando necesito una tregua. Ahora mismo la necesito como el respirar. Porque estoy un poco harta de recibir todas las quejas, de ser depositaria de todas las reclamaciones, incluso de las que no tienen absolutamente nada que ver conmigo. Empiezo a exigir que se dirijan a quien corresponda, a quien con su actuación irresponsable está provocando todas estas situaciones incómodas y difíciles. Contra las que yo no puedo no sólo luchar sino ni siquiera aconsejar porque, a pesar de de encontrarme teóricamente fuera de ese asunto, lo cierto es que estoy tan involucrada como la que más. Aunque yo misma no debería permitírmelo.

Y he de mantener una postura rígida, me cueste lo que me cueste, porque en estos momentos mis prioridades son otras y no voy a consentir que el capricho de personas de alguna manera ajenas se interfiera en lo que sé que debo hacer, que tengo obligación moral de hacer, que quiero hacer. No es lo que deseaba para una semana de vacaciones pero ha de pasar por mí y no necesito que nadie, ni siquiera meri, para la que he encontrado el acomodo más adecuado, me lo ponga tan difícil.

Hoy es festivo en esta tierra y está siendo un auténtico día de perros. No sólo por la meteorología -viento desaforado y lluvias torrenciales- sino porque además los dioses parecen haberse puesto de todas todas en mi contra y no me permiten ir cerrando puertas ni ventanas. A su merced. En estos momentos me encuentro totalmente a su merced.

domingo, 5 de octubre de 2008

Dame tu mano.


"Coger de la mano a un ser querido puede calmar las neuronas sometidas a estrés."

Esta es una de esas frases que se copian -inmediatamente después de ser leídas, no vayan a ser olvidadas o mal recordadas- en el primer papelillo que se tiene a mano y que, cuando encuentras buscando cualquier otra cosa, te resulta tan familiar que no puedes más que esbozar una sonrisa y rememorar todos esos momentos en los que una mano (su mano) te ha aliviado más que el mejor de los antidepresivos de todos los males del mundo.

La frase en cuestión venía como titular de una de esas noticias de neurociencias que apareció hace tiempo en la prensa (lo del tiempo lo deduzco por el colorcillo un tanto desvaído que tiene ahora la tinta con la que en su día lo escribí) y refiriéndose a 'parejas felizmente casadas', aunque para mí tuvo sentido en otra clase de parejas, la que formamos meri y yo desde que nació y que a pesar de que no siempre puede calificarse de feliz, mantiene viva la confianza, la complicidad y el cariño, que me pide que me siente cerca de ella en el sofá para que nos alcancemos, que, cuando se acuesta quiere que le dé la mano hasta que se duerma, y sobre todo que, cuando se siente angustiada por algún motivo, busca, antes de explicarme -incluso algunas veces, en lugar de explicarme- el calorcillo de mi mano porque sabe que, para ella, siempre está tendida. Y ese contacto, las dos lo sabemos, no sólo alivia a la que padece la angustia.

Ella, además, ahora que está descubriendo esos sentidos que van despertando con la adolescencia, y que no ha leído el artículo, es también consciente de ese poder tranquilizador del contacto, de la caricia de los dedos entrelazados y algunas veces incluso me ha preguntado si sólo funcionará con mi mano. A mí me gustaría engañarla, decirle que sí, para conservar la exclusiva de esos deditos que se mueven entre los míos, pero sé que no debo hacerlo. Así que le digo todo lo contrario. Que aunque ahora sigamos manteniendo esa actitud cariñosa cuando estamos juntas y solas, por desgracia para mí llegará el momento en el que preferirá otras manos, otras caricias, otros dedos con los que entrelazar los suyos. Y se ríe burlándose de mí como si no lo creyese, aunque en el fondo sabe que tengo tanta razón como cuando le decía que un día crecería hasta ser más grande que yo y entonces ya no podría llevarla en brazos.

Así que ahora aprovecho todos esos momentos de manos juntas porque sí, pero también porque además sé que a las dos nos alivia sentirnos unidas por ese eslabón que, pareciendo frágil, une más que la más fuerte de las cadenas.

jueves, 2 de octubre de 2008

Ella.

Cabeza de mujer. Michael Morris.

Casi cada noche, justo antes de caer en un profundo sueño (sí, vuelvo a dormir como solía cuando no tenía preocupaciones, compacta y profundamente, desde que me acuesto hasta que, unas pocas horas después, suena el despertador) me digo a mí misma que la última vez que he mirado la foto ha sido precisamente eso, la última vez. Aunque luego, por la mañana recién levantada, es casi lo primero que hago al encender el portátil para echar una ojeada rápida a la prensa del día. La sigo encontrando tan abstracta e irreal como el primer día. Me parece tan poco creíble, tan falta de sinceridad como me la había imaginado, por lo que cada vez me cuesta más comprender. O no, quizá desde que la vi por primera vez entendí por qué y cómo había llegado a ocurrir todo, ya que lo que más salta a la vista es la falsedad e hipocresía que sin gran esfuerzo se adivina desde cada ángulo de la imagen.

No es más que una foto robada. Como tantas otras que circulan por ahí, aunque ésta la guardo para mí sola.